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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 379<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

forzaba por caminar, pero una gran debilidad la llevaba a detenerse<br />

una y otra vez.<br />

Espoleados por la tormenta, que arreciaba, nosotros habíamos<br />

apresurado nuestro regreso. Adrian llevaba a la pequeña en<br />

su caballo, montada delante de él. Al llegar descubrimos a una<br />

multitud de personas congregada bajo el pórtico, y por sus gestos<br />

deduje instintivamente que había sucedido alguna nueva desgracia.<br />

Alarmado, rápido, temeroso de preguntar nada, desmonté de<br />

un salto. Los presentes me vieron, me reconocieron al momento<br />

y en tenso silencio se apartaron para cederme el paso. Yo le arrebaté<br />

una lámpara a alguien y corrí escaleras arriba. Oí entonces<br />

un gemido, y sin pensar abrí la primera puerta que apareció ante<br />

mí. La oscuridad era intensa, pero al entrar un olor maligno asaltó<br />

mis sentidos y me provocó unas náuseas y un malestar que se<br />

abrió paso hasta mi corazón. Sentí que alguien me agarraba la<br />

pierna y emitía otro gemido. Bajé la lámpara y vi a un negro semidesnudo,<br />

consumido por la enfermedad, aferrándose a mí entre<br />

convulsiones. Con una mezcla de horror e impaciencia, al tratar<br />

de soltarme caí sobre el enfermo, que en ese instante me rodeó<br />

con sus brazos desnudos y purulentos. Su rostro se hallaba casi<br />

pegado al mío, y su aliento, cargado de muerte, penetraba en mis<br />

pulmones. Por un momento me sentí desfallecer, presa de las náuseas.<br />

Pero al punto recobré la capacidad de reacción y me incorporé<br />

de un salto, apartando de mí al pobre infeliz. Abandoné la<br />

habitación, subí a toda prisa por la escalera y entré en la cámara<br />

que generalmente ocupaba mi familia. Una luz muy tenue me<br />

mostró a Alfred tendido en un sofá; Clara, temblorosa y más<br />

blanca que la nieve, lo mantenía incorporado, pasándole el brazo<br />

por la espalda, y acercaba un vaso de agua a sus labios. Vi con<br />

claridad que en aquel cuerpo arruinado no habitaba el menor hálito<br />

de vida, que su expresión era rígida, sus ojos opacos, y que su<br />

cabeza colgaba hacia atrás, inerte. Lo cogí en mis brazos y lo tendí<br />

suavemente en la cama. Besé su boca fría, pequeña, y empecé<br />

a susurrarle cosas en vano, porque ni el estallido atronador de un<br />

cañonazo habría alcanzado su morada inmaterial.<br />

¿Dónde estaba Idris? Que hubiera salido a buscarme y no hubiera<br />

regresado era una pésima noticia, pues la lluvia y el viento<br />

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