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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 386<br />

Mary Shelley<br />

mejilla. No cedía. Su intención era que le permitieran pasar esa<br />

noche velándome, sólo esa noche, y lo pidió con tal convicción y<br />

tristeza que logró su propósito. Así, permaneció sentada, inmóvil,<br />

salvo cuando, azuzada por algún recuerdo intolerable, me besaba<br />

los ojos cerrados y los pálidos labios y se acercaba mis manos<br />

agarrotadas al corazón.<br />

En plena noche, cuando, a pesar de ser invierno, el gallo cantó<br />

a las tres de la madrugada, heraldo que anunciaba la llegada<br />

del amanecer, mientras ella se inclinaba sobre mí y me lloraba en<br />

silencio, y pensaba con amargura en la pérdida de todo el amor<br />

que, por ella, yo había albergado en mi corazón –su pelo despeinado<br />

sobre el rostro, los largos tirabuzones sobre el lecho–, Idris<br />

sintió que un rizo se le movía apenas, que sus cabellos se mecían<br />

como movidos por un soplo de aire. «No puede ser –pensó–, pues<br />

él ya jamás volverá a respirar.» Pero el hecho se repitió en diversas<br />

ocasiones y, aunque ella no dejaba de hacerse la misma reflexión,<br />

en un momento un mechón se retiró con fuerza, y ella creyó<br />

ver que mi pecho ascendía y descendía. Su primera emoción<br />

fue de gran temor, y el sudor perló su frente. Abrí entonces los<br />

ojos y, segura ya, Idris habría exclamado «¡Está vivo!». Pero las<br />

palabras se ahogaron en un espasmo y cayó al suelo emitiendo un<br />

gemido.<br />

Adrian se encontraba en la estancia. Tras largas horas de vigilancia,<br />

el sueño lo había vencido. Despertó sobresaltado y observó<br />

a su hermana, inconsciente en el suelo, manchada por el hilo<br />

de sangre que le brotaba de la boca. En cierta medida los signos<br />

de vida que, cada vez con más fuerza, presentaba yo, podían explicar<br />

su estado. La sorpresa, el estallido de alegría, la conmoción<br />

de todo sentimiento, habían tensado en exceso su cuerpo frágil,<br />

agotado tras largos meses de preocupaciones, zarandeado al fin<br />

por toda clase de desgracias y trabajos. Y ahora corría un peligro<br />

mucho mayor que el mío, pues los muelles y los engranajes de mi<br />

vida habían vuelto a ponerse en marcha y recobraban su elasticidad<br />

tras la breve suspensión. Durante largo tiempo nadie creyó<br />

que yo fuera a seguir viviendo. Mientras había durado el reinado<br />

de la peste en la tierra, ni una sola persona atacada por la letal<br />

enfermedad se había recuperado. Así, mi restablecimiento se<br />

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