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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 99<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

dre aprovechar la ausencia de Adrian para acorralarla más allá de<br />

sus fuerzas, o incluso para encerrarla? Resolví que, sucediera lo<br />

que sucediese, iría a su encuentro al día siguiente y conversaría<br />

con ella. Aquella decisión me tranquilizó algo. «Mañana, encantadora<br />

y bella, esperanza y dicha de mi vida, mañana te veré.» Necio<br />

es el que sueña con un momento postergado.<br />

Me retiré a descansar. Pasada la medianoche me despertaron<br />

unos golpes violentos en mi puerta. Era invierno y nevaba. <strong>El</strong> viento<br />

silbaba entre las ramas desnudas de los árboles, despojándolas<br />

de los copos blancos que descendían. Aquel lamento temible y los<br />

insistentes golpes, se mezclaban libremente con mis sueños, hasta<br />

que al fin desperté. Tras vestirme a toda prisa me apresuré a descubrir<br />

la causa de aquel revuelo y me dispuse a abrir la puerta al<br />

visitante inesperado. Pálida como la nieve que caía sobre ella, con<br />

las manos entrelazadas, Idris apareció ante mí.<br />

–¡Sálvame! –exclamó, y se habría desplomado en el suelo de<br />

no haberla sostenido yo. Con todo, se repuso al momento y, con<br />

energía renovada, casi con violencia, me pidió que ensillara los<br />

caballos y la llevara lejos, a Londres, junto a su hermano, o al<br />

menos que la salvara.<br />

Pero yo no tenía caballos.<br />

Idris no dejaba de retorcerse las manos.<br />

–¡Qué puedo hacer! –gritó–. Estoy perdida. Los dos estamos<br />

perdidos para siempre. Pero ven, ven conmigo, Lionel. Aquí no<br />

debo quedarme. Tomaremos una calesa en la primera posta. Tal<br />

vez todavía estemos a tiempo. ¡Oh, ven conmigo, sálvame y protégeme!<br />

Al oír sus lastimeras súplicas, que pronunciaba mientras, con<br />

sus maltrechas ropas, despeinada y con el gesto desencajado, se<br />

retorcía las manos, una idea recorrió mi mente: «¿También ella<br />

está loca?»<br />

–Dulce amada mía –le dije estrechándola contra mi pecho–.<br />

Será mejor que descanses y no te aventures más allá. Descansa,<br />

mi amor, que yo encenderé el fuego. Estás helada.<br />

–¡Descansar! –exclamó ella–. ¡No sabes lo que dices! Si te demoras,<br />

estamos perdidos. Ven, te lo ruego, a menos que quieras<br />

perderme para siempre.<br />

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