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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 331<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

Varias personas procedentes de Norteamérica, reliquias de<br />

aquel populoso continente, habían zarpado rumbo al este con el<br />

loco deseo de cambiar, dejando atrás sus llanuras natales por tierras<br />

no menos diezmadas que las suyas. Varios centenares arribaron<br />

a Irlanda el primero de noviembre y tomaron posesión de todas<br />

las viviendas desocupadas que encontraron y se hicieron con<br />

el excedente de alimento y con el ganado suelto. Cuando agotaron<br />

toda la producción del lugar, se trasladaron a otro. No tardaron<br />

en enfrentarse a los habitantes de la isla. Su gran número<br />

les permitía expulsar a los nativos de sus moradas y robarles lo<br />

que habían almacenado para pasar el invierno. Varios sucesos de<br />

la misma índole terminaron por avivar la naturaleza fiera de los<br />

irlandeses, que atacaron a los invasores. Algunos murieron, pero<br />

en su mayor parte escaparon gracias a acciones rápidas y ordenadas.<br />

<strong>El</strong> peligro aguzaba su ingenio y su reserva. Distribuyeron<br />

con mayor eficacia sus efectivos y se ocultaron unos a otros las<br />

bajas sufridas. Avanzando en orden, y aparentemente dados a la<br />

diversión, despertaban la envidia de los irlandeses. Los americanos<br />

permitieron a algunos de ellos unirse a su banda, y los reclutados<br />

ya superaban en número a los extranjeros. Pero aquéllos no<br />

se sumaban a ellos en la emulación del orden admirable mantenido<br />

por los jefes del otro lado del Atlántico, que les confería a la<br />

vez seguridad y fuerza. Los irlandeses les seguían los pasos en<br />

multitudes desorganizadas que aumentaban día a día y que día<br />

a día se volvían más indómitas. Los americanos, deseosos de escapar<br />

de aquel ambiente que ellos mismos habían creado, llegaron<br />

a las costas orientales de la isla y embarcaron rumbo a Inglaterra.<br />

Su incursión apenas se habría sentido de haber llegado<br />

solos. Pero los irlandeses, congregados en número exagerado, no<br />

tardaron en ser presas del hambre, y también se dirigieron a nuestro<br />

país. La travesía por mar no detendría su avance. Los puertos<br />

de las desoladas villas marineras del oeste de Irlanda estaban llenos<br />

de naves de todos los tamaños, desde el buque de guerra hasta<br />

la pequeña barca de pescadores, que, varada sin tripulación, se<br />

pudría a la orilla del mar. Los emigrantes embarcaban a cientos y,<br />

desplegando las velas con manos torpes, estropeaban sin querer<br />

las jarcias y las boyas. Los que, más modestos, montaban en em-<br />

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