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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 308<br />

Mary Shelley<br />

de la vida. La razón nos decía que las cuitas y las penas avanzarían<br />

con el año, pero ¿cómo creer aquella voz agorera que respiraba<br />

sus vapores pestilentes desde la tenebrosa caverna del miedo,<br />

mientras la naturaleza, riéndose y esparciendo flores, frutas y<br />

aguas chispeantes desde su verde regazo, nos invitaba a unirnos a<br />

la alegre mascarada de la vida joven que se derramaba sobre<br />

aquel escenario?<br />

¿Dónde estaba la peste? «Aquí, en todas partes», exclamó<br />

una voz impregnada de temor y espanto, cuando en los agradables<br />

días de un mayo soleado la Destructora del <strong>hombre</strong> volvió a<br />

cabalgar sobre la tierra, obligando al espíritu a abandonar su crisálida<br />

orgánica para penetrar en una vida ignorada. Con un solo<br />

movimiento de su arma poderosa, toda precaución, todo cuidado,<br />

toda prudencia, fueron aniquilados. La muerte se sentaba a<br />

las mesas de los notables, se tendía en el jergón del granjero,<br />

atrapaba al cobarde que huía, abatía al valiente que resistía. La<br />

desazón se apoderaba de todos los corazones, la pena velaba todos<br />

los ojos.<br />

Las visiones lúgubres empezaban a resultarme familiares, y si<br />

hubiera de relatar toda la angustia y el dolor que presencié, dar<br />

cuenta de los sollozos desesperados de aquellos días, de las sonrisas<br />

de la infancia, más horribles aún, esbozadas en el pecho del<br />

horror, mi lector se echaría a temblar y, con el vello erizado, se<br />

preguntaría por qué, presa de una locura repentina, no me arrojé<br />

por algún precipicio, logrando así cerrar los ojos para siempre<br />

ante el triste fin del mundo. Pero los poderes del amor, la poesía<br />

y la imaginación creativa habitan incluso junto a los apestados,<br />

junto a los escuálidos, a los moribundos. Un sentido de devoción,<br />

de deber, de propósito noble y constante, me elevaba. Una extraña<br />

alegría inundaba mi corazón. En medio de aquella pena tan<br />

grande yo parecía caminar por los aires, y el espíritu del bien<br />

vertía a mi alrededor una atmósfera de ambrosía que limaba las<br />

aristas de la incomprensión y limpiaba el aire de suspiros. Si mi<br />

alma cansada flaqueaba en su empeño, pensaba en mi hogar querido,<br />

en el cofre que contenía mis tesoros, en el beso de amor y en<br />

la caricia filial; entonces mis ojos se llenaban del rocío más puro<br />

y mi corazón sentía al momento una ternura renovada.<br />

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