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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 248<br />

Mary Shelley<br />

Aquella noticia nos alejó de la idea del paraíso que se esperaba<br />

para dentro de unos centenares de miles de años y nos devolvió<br />

al dolor y a la miseria que, en nuestro tiempo, se enseñoreaban<br />

de la tierra. Conversamos sobre los estragos que la peste<br />

había causado en todos los rincones del mundo. Y sobre las consecuencias<br />

devastadoras que tendría una segunda visita. Abordamos<br />

los mejores medios de prevenir la infección y de preservar la<br />

salud y la actividad en una ciudad afectada por ella. En Londres,<br />

por ejemplo. Merrival no participaba en aquella conversación. Se<br />

había sentado junto a Idris y seguía exponiéndole que la feliz idea<br />

de un paraíso en la tierra, alcanzado tras unos centenares de miles<br />

de años, se veía ensombrecida, en su caso, por el conocimiento<br />

de que, transcurrido cierto tiempo más, a éste le seguiría un infierno<br />

o un purgatorio terrenales, que se producirían cuando la<br />

elíptica y el ecuador se hallaran en ángulo recto. Finalmente, la<br />

reunión llegó a su fin.<br />

–Esta mañana todos nos dedicamos a soñar –dijo Ryland–.<br />

Tanto sentido tiene tratar sobre la visita de la plaga a nuestra bien<br />

gobernada metrópoli como calcular los siglos que han de transcurrir<br />

hasta que podamos cultivar piñas aquí, al aire libre.<br />

Pero, aunque parecía absurdo temer la llegada de la peste a<br />

Londres, yo no podía dejar de pensar con gran dolor en la desolación<br />

que aquel mal causaría en Grecia. Los ingleses, en su mayor<br />

parte, se referían a Tracia y Macedonia como lo habrían hecho<br />

de algún territorio lunar que, ignoto para ellos, no suscitaba<br />

idea o interés alguno a sus mentes. Pero yo había hollado sus suelos.<br />

Los rostros de muchos de sus habitantes me resultaban familiares.<br />

En las ciudades, llanuras, colinas y desfiladeros de aquellas<br />

regiones había gozado de una indecible felicidad durante mi viaje<br />

por ellas el año anterior. En mi mente aparecían alguna aldea romántica,<br />

alguna casa de campo o mansión elegante allí situadas,<br />

habitadas por gentes encantadoras y bondadosas, y me asaltaba<br />

la duda de si hasta allí habría llegado la plaga. <strong>El</strong> mismo monstruo<br />

invencible que se cernía sobre Constantinopla y la devoraba,<br />

aquel demonio más cruel que la tempestad, más rebelde que el<br />

fuego vaga, ¡ay! suelto por ese hermoso país... Aquellas reflexiones<br />

no me daban reposo.<br />

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