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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 491<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

¡Grecia! Aquella palabra pulsó alguna tecla en el pecho de<br />

Clara, que al momento, y con gran vehemencia, nos recordó que<br />

le habíamos prometido llevarla de nuevo a Grecia, a la tumba de<br />

sus padres. ¿Por qué ir a Roma? ¿Qué íbamos a hacer allí? Podíamos<br />

montarnos en cualquiera de los barcos allí varados y<br />

poner rumbo a Albania.<br />

Yo traté de disuadirla hablándole de los peligros del mar y<br />

de la distancia que existía entre Atenas y las montañas que nosotros<br />

veíamos, una distancia que, dado el estado silvestre del<br />

país, resultaría casi insalvable. Adrian, encantado con la propuesta<br />

de Clara, ignoró mis objeciones. La estación era favorable.<br />

<strong>El</strong> viento del noroeste nos llevaría al otro lado del golfo. Y<br />

luego tal vez encontráramos, en algún puerto, algún caique<br />

griego adaptado para esa clase de navegación; bordearíamos la<br />

costa de la Morea y sorteando el istmo de Corinto, sin las grandes<br />

fatigas de los viajes por tierra, nos hallaríamos en Atenas. A<br />

mí todo aquello me parecía descabellado; pero el mar, que refulgía<br />

con mil tonalidades púrpuras, parecía brillante y seguro.<br />

Mis amados compañeros estaban tan decididos, tan entusiasmados,<br />

que cuando Adrian dijo: «Bien, aunque no es exactamente<br />

lo que deseas, consiente para complacerme», no pude seguir<br />

negándome. Esa misma noche escogimos una embarcación<br />

que por su tamaño nos pareció adecuada para la travesía. Plegamos<br />

las velas y verificamos el estado de las jarcias. Esa noche<br />

dormimos en uno de los mil palacios de la ciudad, decididos a<br />

embarcar al alba.<br />

Cuando las brisas que no mecen su serena superficie<br />

barren el mar azul, la tierra no amo más;<br />

sonrisas de las aguas serenas y tranquilas<br />

mi mente inquieta tientan…<br />

Eso dijo Adrian, citando una traducción de Mosco, cuando,<br />

con las primeras luces del día, remamos por la Laguna, dejamos<br />

atrás el Lido y llegamos a mar abierto. A continuación yo<br />

añadí:<br />

491

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