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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 148<br />

Mary Shelley<br />

una y otra vez. Para hacerle justicia, admitía que Raymond sentía<br />

por ella un tierno afecto, pero conceder un premio menor a alguien<br />

que, en la lotería de la vida futura, ha soñado con poseer<br />

decenas de miles, es causarle una decepción mayor que si no ganara<br />

nada. <strong>El</strong> afecto y la amistad de él podía resultar inestimable,<br />

pero, más allá de ese afecto, más profundo que la amistad, se<br />

ocultaba el tesoro indivisible del amor. La suma completa era de<br />

tal magnitud que ningún aritmético sería capaz de calcular su valor.<br />

Y si se sustraía de ella la porción más pequeña, si se daba<br />

nombre a sus partes, si se separaba por grados y secciones, como<br />

la moneda del mago, como el oro falso de la mina, se convertía<br />

en la sustancia más vil. <strong>El</strong> ojo del amor encierra un significado;<br />

existe una cadencia en su voz, una irradiación en su sonrisa, el talismán<br />

cuyo encantamiento sólo uno puede poseer. Su espíritu es<br />

elemental, su esencia, simple, su divinidad, unitaria. <strong>El</strong> corazón y<br />

el alma misma de Raymond y Perdita se habían fundido, como<br />

dos arroyos de montaña que se unen en su descenso y murmuran<br />

y discurren sobre los guijarros resplandecientes, junto a flores<br />

que son como estrellas. Pero si uno de los dos abandona su carrera<br />

esencial, o queda retenido por algún obstáculo, el otro ve<br />

menguar su caudal. Perdita sentía aquella disminución de la marea<br />

que alimentaba su vida. Incapaz de soportar el lento marchitarse<br />

de sus esperanzas, se le ocurrió un plan con el que pensaba<br />

poner fin a ese periodo de tristeza y recobrar la felicidad tras los<br />

recientes y desastrosos acontecimientos.<br />

Estaba a punto de cumplirse un año del nombramiento de<br />

Raymond como Protector. Era costumbre celebrar ese día con<br />

una fiesta espléndida. Eran varios los sentimientos que impulsaban<br />

a Perdita a duplicar la magnificencia del evento. Y sin embargo,<br />

mientras se preparaba para la velada, se preguntaba por<br />

qué se tomaba tantas molestias en celebrar tan suntuosamente un<br />

hecho que, a sus ojos, marcaba el inicio de sus sufrimientos. La<br />

desgracia se cernió sobre aquel día, pensó, la desgracia, las lágrimas<br />

y los lamentos cayeron sobre la hora en que Raymond albergó<br />

más esperanzas que la esperanza del amor, más deseos que<br />

el deseo de mi devoción. Y tres veces dichoso será el momento en<br />

que me será devuelto. Dios sabe que deposito mi confianza en sus<br />

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