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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 318<br />

Mary Shelley<br />

mentado esa misma tarde, creía que, en respuesta a nuestras melodiosas<br />

invocaciones, el Creador se compadecería de nosotros y<br />

nos prometería alivio. <strong>El</strong> horrible lamento de aquella música celestial<br />

parecía una voz adecuada para comunicarse con el Altísimo;<br />

me apaciguaban sus sonidos, y también la visión junto a mí<br />

de tantos otros seres humanos elevando sus prédicas y sometiéndose.<br />

Una sensación parecida a la felicidad seguía a la absoluta<br />

entrega del ser de uno a la custodia del Señor del mundo. Pero<br />

¡ay! Con el fin de los cánticos solemnes, el espíritu elevado regresó<br />

de nuevo a la tierra. Súbitamente un miembro del coro falleció.<br />

Lo retiraron de su asiento, abrieron apresuradamente las<br />

puertas de la cripta y, tras pronunciar unas oraciones breves, lo<br />

depositaron en la tenebrosa caverna, morada de miles que la habían<br />

ocupado antes que él, y que ahora abría sus fauces para recibir<br />

también a todos los que participaban en los ritos fúnebres.<br />

En vano me alejé de aquel escenario bajo naves oscuras y altas<br />

bóvedas en las que reverberaban melodiosas alabanzas. Sólo en el<br />

exterior del templo hallé algún alivio. Entre las hermosas obras<br />

de la Naturaleza, su Dios recuperaba el atributo de la benevolencia,<br />

y allí podía confiar de nuevo en que quien había creado las<br />

montañas, plantado los bosques y trazado los ríos, erigiría otra<br />

finca para la humanidad perdida, donde nosotros despertaríamos<br />

de nuevo a nuestros afectos, nuestra dicha y nuestra fe.<br />

Afortunadamente para mí, aquellas circunstancias se producían<br />

sólo en las escasas ocasiones en que me trasladaba a Londres,<br />

y mis deberes se limitaban al distrito rural que se divisaba<br />

desde nuestro castillo elevado. Allí, el lugar del pasatiempo lo<br />

ocupaba el trabajo, que ayudaba a los paisanos a mantenerse en<br />

gran medida al margen de la tristeza y la enfermedad. Yo insistía<br />

mucho en que se concentraran en sus cosechas y actuaran como<br />

si la epidemia no existiera. En ocasiones se oía el chasquido de las<br />

hoces, aunque los segadores, ausentes, se olvidaban de trasladar<br />

el trigo una vez cortado. Los pastores, una vez esquiladas las ovejas,<br />

dejaban que los vientos esparcieran la lana, pues no encontraban<br />

sentido a fabricarse ropas para el siguiente invierno. Sin<br />

embargo, en ocasiones el espíritu de la vida despertaba con aquellas<br />

ocupaciones: el sol, la brisa refrescante, el olor dulce del heno,<br />

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