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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 315<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

mo deseaba probar aquella medicina, de modo que entré. <strong>El</strong> teatro<br />

estaba bastante concurrido. Shakesperare, cuya popularidad<br />

llevaba cuatro siglos bien asentada, no había perdido su vigencia<br />

en aquellos tiempos difíciles y seguía siendo Ut magus, el<br />

brujo que mandaba en nuestros corazones y gobernaba nuestra<br />

imaginación. Yo había llegado durante una pausa, entre los actos<br />

tercero y cuarto. Eché un vistazo al público. Las mujeres pertenecían<br />

en su mayoría a las clases inferiores, pero había <strong>hombre</strong>s de<br />

todos los estamentos que acudían para olvidar momentáneamente<br />

las dilatadas escenas de desgracia que les aguardaban en sus<br />

hogares miserables. Se alzó el telón y en el escenario apareció la<br />

caverna de las brujas. <strong>El</strong> armazón sobrenatural e imaginario de<br />

Macbeth era garantía de que la representación tendría poco que<br />

ver con nuestra realidad presente. La compañía se había esforzado<br />

al máximo para lograr la mayor autenticidad posible. La extremada<br />

penumbra de la escena, cuya única fuente de luz provenía<br />

del fuego encendido bajo la caldera, se sumaba a una especie<br />

de neblina que flotaba en el ambiente y que lograba dotar a los<br />

cuerpos fantasmagóricos de las brujas de un halo oscuro y lúgubre.<br />

No eran tres arpías decrépitas inclinadas sobre una olla en la<br />

que vertían los repugnantes ingredientes de su poción mágica,<br />

sino seres temibles, irreales, imaginarios. La entrada de Hécate y<br />

la música estridente que siguió nos transportaron más allá de este<br />

mundo. La forma de caverna que adoptaba el escenario, las piedras<br />

en lo alto, acechadoras, el resplandor del fuego, las sombras<br />

neblinosas que cruzaban en ocasiones la escena, la música asociada<br />

a todas las imágenes de la brujería, permitían a la imaginación<br />

explayarse sin temor a ser contradicha, a oír la réplica de la<br />

razón o del corazón. La aparición de Macbeth tampoco destruyó<br />

la ilusión, pues de él se apoderaban las sensaciones que también<br />

nos invadían a nosotros, y así, mientras aquel acto mágico seguía<br />

avanzando, nosotros nos identificábamos con su asombro y su<br />

osadía y entregábamos por completo nuestra alma al influjo del<br />

engaño escénico. Yo ya sentía el resultado benéfico de tales emociones<br />

en la renovación de mi entrega a la imaginación, una entrega<br />

de la que llevaba mucho tiempo alejado. Los efectos de<br />

aquella escena encantada transmitieron parte de su fuerza a la si-<br />

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