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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 309<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

<strong>El</strong> afecto maternal no había vuelto egoísta a Idris. Al inicio de<br />

nuestra calamidad, con imprudente entusiasmo se había entregado<br />

al cuidado de enfermos y desahuciados. Pero, al desaconsejárselo<br />

yo, ella me obedeció. Le conté que el temor por los peligros<br />

a los que se sometía me paralizaba en mis esfuerzos, y que<br />

saber que se hallaba a salvo, en cambio, fortalecía mis nervios. Le<br />

demostré los riesgos que corrían nuestros hijos durante sus ausencias.<br />

Y ella, finalmente, aceptó no alejarse del recinto del castillo.<br />

Con todo, en el interior de su recinto habitaba una nutrida<br />

colonia de seres infelices abandonados por sus familiares, los<br />

bastantes como para ocupar su tiempo y sus atenciones, mientras<br />

su incansable entrega a mi bienestar y a la salud de los niños, por<br />

más que se esforzara en camuflarla u ocultarla, absorbía todos<br />

sus pensamientos y consumía gran parte de sus energías. Además<br />

de su labor de vigilancia y cuidado, su segunda preocupación consistía<br />

en ocultarme a mí su angustia y sus lágrimas. Yo regresaba<br />

al castillo todas las noches, y en él hallaba, esperándome, amor y<br />

reposo. Con frecuencia permanecía junto al lecho de muerte de<br />

algún enfermo hasta la medianoche, y en noches oscuras y lluviosas<br />

recorría a caballo muchas millas. Si lo resistía era sólo por<br />

una cosa: la seguridad y el descanso de mis seres queridos. Si alguna<br />

escena agónica me impresionaba más de la cuenta y perlaba<br />

mi frente de sudor, apoyaba la cabeza en el regazo de Idris y el latido<br />

tempestuoso de mis sienes regresaba a su ritmo temperado.<br />

Su sonrisa era capaz de sacarme del desasosiego y su abrazo bañaba<br />

mi corazón pesaroso en un bálsamo de paz.<br />

<strong>El</strong> verano avanzaba y, coronada por los potentes rayos del sol,<br />

la peste arrojaba sus certeros dardos sobre la tierra. Las naciones<br />

que se hallaban bajo su influencia inclinaban la cabeza y morían.<br />

<strong>El</strong> maíz que había brotado en abundancia se agostaba y se pudría<br />

en los campos, mientras que el pobre infeliz que había acudido a<br />

buscar pan para sus hijos yacía, rígido y apestado, en una zanja.<br />

Los verdes bosques agitaban sus ramas majestuosamente y los<br />

moribundos se tendían bajo su sombra, respondiendo a la solemne<br />

melodía con sus lamentos disonantes. Los pájaros de colores<br />

revoloteaban en la penumbra. <strong>El</strong> ciervo, ignorante de todo, reposaba<br />

a salvo sobre los helechos. Los bueyes y los caballos escapa-<br />

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