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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 153<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

alegre. No podía mantenerse en el término medio ni aparecer,<br />

como era su costumbre, como una joven plácida y conformada.<br />

Todo el mundo comentaba lo exaltado de su ánimo, y como toda<br />

acción de los más encumbrados por el rango se ve con buenos<br />

ojos, sus invitados elogiaban su felicidad aparente, aunque su risa<br />

sonara forzada y sus comentarios ingeniosos resultaran algo<br />

bruscos, cosas ambas que habrían bastado a un observador atento<br />

para desvelar su secreto. <strong>El</strong>la mantenía la farsa, sintiendo que<br />

si se detenía un instante, las aguas represadas de su tristeza le<br />

inundarían el alma, que sus esperanzas rotas se elevarían en lamentos<br />

feroces, y que todos los que ahora ensalzaban su dicha se<br />

alejarían, temerosos, en presencia de las convulsiones de su desesperación.<br />

Sólo le proporcionaba consuelo, mientras contravenía<br />

con tal violencia su estado natural, la observación de un reloj<br />

iluminado, que le servía para contar el tiempo que había de transcurrir<br />

hasta que volviera a estar sola.<br />

Finalmente los salones empezaron a vaciarse. Burlándose de<br />

sus propios deseos, regañaba a los invitados que se ausentaban<br />

temprano. Uno a uno, todos acabaron por marcharse, y llegó el<br />

momento de estrechar la mano del <strong>último</strong>.<br />

–¡Qué mano más húmeda y más fría! –le dijo su amigo–. Está<br />

demasiado fatigada. Acuéstese pronto.<br />

Perdita esbozó una sonrisa vaga. <strong>El</strong> <strong>último</strong> invitado se marchó.<br />

<strong>El</strong> traqueteo del carruaje, que se perdía en la calle, confirmaba<br />

que al fin estaba sola. Entonces, como si algún enemigo<br />

quisiera darle alcance, como si tuviera alas en los pies, corrió hasta<br />

sus aposentos, ordenó a los criados que se retiraran, cerró las<br />

puertas y se tendió en el suelo. Mordiéndose los labios para sofocar<br />

los gritos, permaneció largo rato presa del buitre de la desesperación,<br />

esforzándose por no pensar, pero un remolino de ideas<br />

hacía nido en su corazón. Unas ideas, horrendas como furias,<br />

crueles como víboras, que pasaban por él tan vertiginosamente<br />

que parecían empujarse y herirse unas a otras, transportándola a<br />

ella a la locura.<br />

Transcurrido largo rato se puso en pie, ya más entera, no menos<br />

triste. Se acercó a un gran espejo y observó su imagen en él<br />

reflejada. <strong>El</strong> vestido etéreo y elegante; las piedras preciosas que<br />

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