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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 337<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

los cañones, que con sus rugidos ensordecedores y su humo cegador<br />

teñían de horror la escena.<br />

Yo me hallaba detrás de Adrian. Hacía un instante que éste<br />

había ordenado el alto a las tropas y permanecía algo retirado de<br />

nosotros, sumido en honda meditación. Planeaba a toda prisa un<br />

plan de acción para impedir más derramamiento de sangre. De<br />

pronto el ruido de los cañones, el repentino avance de las tropas<br />

y los gritos del enemigo lo sobresaltaron.<br />

–¡Ninguno de ellos debe morir! –exclamó con ojos encendidos.<br />

Y hundiendo las espuelas en los lomos de su caballo, se acercó<br />

al galope hacia los bandos enfrentados. Nosotros, sus comandantes,<br />

le seguimos para rodearlo y protegerlo, pero a una orden<br />

suya nos retiramos un poco. La soldadesca, al verlo, detuvo su<br />

avance. No se protegía de las balas que pasaban rozándole y seguía<br />

cabalgando entre las dos filas contrarias. <strong>El</strong> silencio siguió al<br />

clamor. Unos cincuenta <strong>hombre</strong>s yacían en el suelo, muertos o<br />

agonizantes. Adrian levantó la espada, dispuesto a hablar.<br />

–¿En cumplimiento de qué orden –preguntó, dirigiéndose a<br />

sus tropas– avanzáis? ¿Quién os ha ordenado atacar? ¡Atrás! Estos<br />

<strong>hombre</strong>s confundidos no morirán mientras yo sea vuestro general.<br />

Envainad vuestras armas. Son vuestros hermanos, no cometáis<br />

un fratricidio. Pronto la peste no dejará a nadie con quien<br />

saciar vuestra sed de venganza. ¿Vais a mostraros más despiadados<br />

que la plaga? Si me respetáis, si adoráis a Dios, a cuya imagen<br />

también los creó a ellos, si amáis a vuestros hijos y a vuestros<br />

amigos, no derraméis ni una gota de esta escasa sangre humana.<br />

Pronunció aquellas palabras con la mano extendida y voz<br />

apasionada y, al terminar, volviéndose a los invasores con gesto<br />

serio, les ordenó deponer las armas.<br />

–¿Creéis –les dijo– que porque hemos sido diezmados por la<br />

plaga podéis derrotarnos? La peste también se halla entre vosotros,<br />

y cuando el hambre y la enfermedad os venzan, los fantasmas<br />

de aquéllos a quienes habéis asesinado se alzarán para<br />

negaros toda esperanza tras la muerte. Abandonad las armas,<br />

<strong>hombre</strong>s bárbaros y crueles, <strong>hombre</strong>s que tenéis las manos manchadas<br />

de sangre de inocentes y el alma oprimida por el llanto de<br />

los huérfanos. Nosotros venceremos, pues la razón está de nues-<br />

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