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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 371<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

ciendo suavemente los árboles, si el <strong>hombre</strong> no sentía su refrescante<br />

alivio?¿Por qué la noche oscura se adornaba de estrellas, si<br />

el <strong>hombre</strong> no podía verlas? ¿Por qué seguían existiendo los frutos,<br />

las flores y los arroyos, si el <strong>hombre</strong> no seguía allí para gozar<br />

de ellos?<br />

Idris, a mi lado, entrelazaba su mano con la mía. Su gesto era<br />

radiante y sonreía.<br />

–<strong>El</strong> sol está solo –dijo–, pero nosotros no. Una estrella rara,<br />

Lionel mío, regía en nuestro nacimiento. Con tristeza y horror<br />

podemos ver la aniquilación del <strong>hombre</strong>, pero nosotros nos mantenemos,<br />

el uno por el otro. ¿He buscado yo alguna vez, en todo<br />

el vasto mundo, a alguien salvo a ti? Y si en el vasto mundo tú<br />

perduras, ¿por qué he de lamentarme? Tú y la naturaleza todavía<br />

me sois sinceros. Bajo las sombras de la noche, y a través del día,<br />

cuya luz inclemente muestra nuestra soledad, tú seguirás aquí, a<br />

mi lado, y ni siquiera lamentaré alejarme de Windsor.<br />

Había optado por viajar a Londres de noche, con la idea de<br />

que los cambios y la desolación del paisaje resultaran menos<br />

observables. Nos conducía el único de nuestros criados que seguía<br />

con vida. Dejamos atrás la colina empinada y nos adentramos<br />

en la oscura avenida del Gran Paseo. En ocasiones como<br />

ésa circunstancias nimias adquieren proporciones gigantescas y<br />

majestuosas; así, la mera apertura de la verja blanca que daba<br />

acceso al bosque acaparó mi atención y mi interés. Se trataba de<br />

una acción cotidiana que ya nunca volvería a repetirse. La luna<br />

creciente, a punto de ponerse ya, brillaba entre los árboles, a<br />

nuestra derecha, y cuando entramos en el parque asustamos a<br />

una manada de ciervos que, brincando, se ocultaron entre las<br />

sombras del bosque. Nuestros dos hijos dormían plácidamente.<br />

Entonces, antes de que el camino doblara y nos ocultara la vista,<br />

me volví y contemplé el castillo. Sus ventanas reflejaban la<br />

luz de la luna y su marcado perfil se recortaba contra el cielo.<br />

Los árboles cercanos, zarandeados por la brisa, entonaban cantos<br />

fúnebres, solemnes. Idris, apoyada en el respaldo, me cogió<br />

de las dos manos y me miró con semblante sereno, como si no<br />

le importara lo que dejaba atrás al recordar lo que todavía conservaba.<br />

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