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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 263<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

arruinaron banqueros, mercaderes y fabricantes cuyo negocio dependía<br />

de las exportaciones y el intercambio de la riqueza. Se trata<br />

de reveses que, cuando suceden individualmente, afectan sólo<br />

al entorno más inmediato. Pero ahora la prosperidad de la nación<br />

se veía amenazada por pérdidas frecuentes y extensivas. Familias<br />

acostumbradas a la opulencia y el lujo quedaban a expensas de la<br />

caridad. La propia situación pacífica de la que nos vanagloriábamos<br />

resultaba engañosa: no había medios para emplear a los<br />

ociosos ni para enviar los excedentes de población fuera del país.<br />

Incluso la fuente de las colonias se había secado, pues en Nueva<br />

Holanda, la Tierra de Van Diemen y el Cabo de Buena Esperanza<br />

la peste se propagaba con gran virulencia. ¡Ah! ¡Que alguna<br />

medicina purgara nuestro mal y devolviera a la tierra su salud<br />

acostumbrada!<br />

Ryland era <strong>hombre</strong> de fuertes convicciones, rápido y sensato<br />

en su decisión cuando las condiciones eran normales, pero permanecía<br />

paralizado ante la gran cantidad de males que nos acechaban.<br />

¿Debía aumentar los tributos sobre la tierra para asistir<br />

a la población que dependía del comercio? Para hacerlo<br />

debía ganarse el favor de los terratenientes, los aristócratas del<br />

campo, que eran sus enemigos declarados. Y para ello, a su vez,<br />

debía abandonar su más ambicioso plan de igualdad y confirmar<br />

a los aristócratas sus derechos sobre la tierra. Debía olvidarse<br />

de sus más preciados proyectos tendentes a alcanzar un<br />

bien duradero para su país, a cambio de un alivio temporal. Debía<br />

renunciar a su objeto más ambicionado y, bajando los brazos,<br />

rendirse sin haber logrado alcanzar, de momento, la meta<br />

última de sus esfuerzos. En esa tesitura llegó a Windsor para exponernos<br />

el asunto. Cada día añadía nuevas dificultades a las<br />

ya existentes: la llegada de nuevos barcos cargados de emigrantes,<br />

el cese total del comercio, las multitudes hambrientas que<br />

se agolpaban a las puertas del palacio del Protectorado, eran<br />

circunstancias que no podían obviarse. En efecto, el golpe ya<br />

había sido asestado y los aristócratas obtuvieron todo lo que<br />

deseaban a cambio de suscribir una ley que, con vigencia de<br />

doce meses, incrementaba en un veinte por ciento los impuestos<br />

que debían pagar los propietarios.<br />

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