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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 325<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

Aquel día había llegado al castillo para anunciarnos que había<br />

terminado su ensayo sobre los movimientos pericíclicos del eje de<br />

la Tierra y la precedencia de los puntos equinocciales. Si un romano<br />

de la época republicana hubiera resucitado y nos hubiera<br />

hablado de la inminente elección de algún cónsul laureado o de<br />

la última batalla contra Mitrídates, sus ideas no hubieran resultado<br />

menos ajenas a los tiempos que la conversación de Merrival.<br />

<strong>El</strong> <strong>hombre</strong>, que había perdido la necesidad de sentirse comprendido,<br />

vestía sus pensamientos con señales visibles. Además ya no<br />

quedaban lectores. Mientras todos, tras resistir la espada con<br />

apenas un escudo, aguardaban la llegada de la peste, Merrival<br />

conversaba sobre el estado de la humanidad dentro de seis mil<br />

años. Y lo mismo podría –suscitando en nosotros el mismo interés–<br />

haber añadido un comentario describiendo los desconocidos<br />

e inimaginables rasgos de las criaturas que ocuparían entonces la<br />

morada de los <strong>hombre</strong>s. Nadie se atrevía a desengañar al pobre<br />

viejo, y cuando yo entré en la sala, él le leía a Idris partes de su<br />

obra y le preguntaba qué respuesta podía darse a esta o aquella<br />

posición.<br />

<strong>El</strong>la no podía evitar sonreírse mientras lo escuchaba. Ya le había<br />

sonsacado que su familia se encontraba bien de salud. Aunque<br />

yo notaba que no lograba olvidar el precipicio del tiempo al<br />

borde del cual se hallaba, me daba cuenta también de que en<br />

aquel momento estaba divirtiéndose gracias al contraste entre la<br />

visión limitada que sobre la vida humana habíamos mantenido<br />

durante tanto tiempo y las zancadas de siete leguas con que Merrival<br />

avanzaba hacia la próxima eternidad. Me alegré al verla<br />

contenta, pues ello me aseguraba que ignoraba por completo el<br />

peligro que corría su hijo, pero me estremecí al pensar en el impacto<br />

que le causaría el descubrimiento de la verdad. Mientras<br />

Merrival hablaba, Clara entreabrió con cuidado la puerta que<br />

quedaba a espaldas de Idris y, con gesto triste, me pidió que saliera.<br />

Pero un espejo permitió a mi esposa ver a nuestra sobrina,<br />

y al punto se sobresaltó. Sospechar que sucedía algo malo, deducir<br />

que debía de afectar a Evelyn, pues Alfred se hallaba con nosotros,<br />

salir corriendo de la sala y entrar en los aposentos del pequeño<br />

fue todo cuestión de segundos. Una vez allí contempló a su<br />

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