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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 304<br />

Mary Shelley<br />

veía siempre asediada por una multitud que acudía en busca de<br />

sus consejos, dispuesta a escuchar sus admoniciones. Había sido<br />

esposa de un soldado y había visto mundo. La enfermedad, inducida<br />

por unas fiebres que contrajo en moradas insalubres, la<br />

había minado prematuramente, y apenas se movía de su camastro.<br />

La peste llegó a la aldea y el espanto y el dolor privaron a sus<br />

habitantes del poco juicio que poseían. Pero la vieja Martha dio<br />

un paso al frente y dijo:<br />

–Yo ya he vivido en una ciudad atacada por la peste.<br />

–¿Y escapaste?<br />

–No, pero me recuperé.<br />

Después de aquello, el prestigio de Marta no hizo sino crecer,<br />

y con él el amor que los demás le profesaban. Entraba en las casas<br />

de los enfermos y aliviaba sus sufrimientos con sus propias<br />

manos. Parecía no sentir temor alguno y contagiaba de su coraje<br />

innato a quienes la rodeaban. Acudía a los mercados e insistía en<br />

que le entregaran alimentos para los que eran tan pobres que no<br />

podían comprarlos. Les demostraba que del bienestar de cada<br />

uno de ellos dependía la prosperidad de todos. No permitía que<br />

se descuidaran los jardines, que las flores enredadas a las celosías<br />

de las casas se marchitaran por falta de cuidados. La esperanza,<br />

aseguraba, era mejor que la receta de un médico, y todo lo que<br />

sirviera para mantener el ánimo valía más que los remedios y las<br />

pócimas.<br />

Fueron mis conversaciones con Martha, así como la visión de<br />

Little Marlon, lo que me llevó a la formulación de mi plan. Yo ya<br />

había visitado las fincas rurales y las mansiones de los nobles,<br />

y había constatado que a menudo los habitantes actuaban movidos<br />

por la mayor benevolencia, dispuestos a ayudar en todo a<br />

sus arrendatarios. Pero eso no bastaba. Se echaba de menos una<br />

comprensión íntima, generada por esperanzas y temores similares,<br />

por similares experiencias y metas. Los pobres percibían que<br />

los ricos contaban con unos medios de preservación de los que ellos<br />

carecían, que podían vivir apartados y, hasta cierto punto, libres<br />

de preocupación. No podían confiar en ellos y preferían recurrir<br />

a los consejos y auxilios de sus iguales. Por tanto, resolví ir de<br />

pueblo en pueblo en busca del arconte rústico del lugar para, me-<br />

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