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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 398<br />

Mary Shelley<br />

terreno me permitió encontrar el camino, pero en lugar de pasar,<br />

tal como habíamos acordado, por un atajo que atravesaba Stanwell<br />

para llegar a Datchet, me vi obligado a tomar la calzada de<br />

Egham y Bishopgate. De modo que, sin duda, no iba a encontrarme<br />

con el otro vehículo y no veríamos a nadie hasta que llegáramos<br />

a Windsor.<br />

La parte posterior de nuestro cabriolé era abierta, y yo colgué<br />

una pelliza en ella para proteger a mi sufriente amada del aguanieve.<br />

<strong>El</strong>la se apoyaba en mi hombro, cada vez más lánguida y<br />

débil. Al principio respondía a mis palabras con expresiones de<br />

agradecimiento tiernas y alegres. Pero gradualmente fue sumiéndose<br />

en el silencio. La cabeza le pesaba cada vez más y yo sólo<br />

sabía que seguía con vida por su respiración irregular y sus suspiros<br />

frecuentes. Pensé en parar, en colocar el coche en dirección<br />

contraria a la fuerza de la tormenta, en guarecernos lo mejor posible<br />

de ella hasta que llegara el alba. Pero el viento era gélido y<br />

lacerante, y como Idris tiritaba de vez en cuando, y yo sentía también<br />

mucho frío, llegué a la conclusión de que no era una buena<br />

idea. Al fin me pareció que mi amada se dormía; sueño fatal, inducido<br />

por la escarcha. Y en ese momento creí distinguir la forma<br />

maciza de una casa de campo recortada en el horizonte oscuro,<br />

cerca de donde nos encontrábamos.<br />

–Amor mío –susurré–, resiste un poco más y hallaremos cobijo.<br />

Nos detendremos aquí y trataré de abrir la puerta de esta bendita<br />

morada.<br />

Mientras pronunciaba aquellas palabras mi corazón se sentía<br />

transportado y mis sentidos nadaban en una dicha y un agradecimiento<br />

inmensos. Apoyé la cabeza de Idris contra el carruaje y, de<br />

un salto, me arrojé sobre la nieve que rodeaba la vivienda, cuya<br />

puerta estaba abierta. Disponía de los medios para proporcionarme<br />

luz, y al encenderla vi que había llegado a una estancia<br />

cómoda, con una pila de leña en una esquina, de aspecto ordenado,<br />

salvo por la nieve que la puerta abierta había permitido que<br />

se acumulara frente a la entrada. Regresé al cabriolé y el súbito<br />

paso de la luz a la oscuridad me cegó momentáneamente. Cuando<br />

recuperé la vista... ¡Dios eterno de este mundo sin ley! ¡Muerte<br />

suprema! No perturbaré tu reino silencioso ni mancharé mi re-<br />

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