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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 54<br />

Mary Shelley<br />

nuestra intimidad se renovaba como si nada hubiera intervenido<br />

para detenerla. Yo le relaté los detalles de mi estancia en el extranjero,<br />

y a continuación le pregunté por los cambios que se habían<br />

producido en casa, por las causas de la ausencia de Adrian y<br />

por la vida retirada que llevaba.<br />

Las lágrimas que asomaron a los ojos de mi hermana cuando<br />

mencioné a nuestro amigo, así como el rubor que tiñó su rostro,<br />

parecían avalar la verdad de las noticias que habían llegado hasta<br />

mí. Pero las implicaciones de ello eran tan terribles que no quise<br />

dar crédito instantáneo a mis sospechas. ¿Reinaba de veras la<br />

anarquía en el universo sublime de los pensamientos de Adrian?<br />

¿Había dispersado la locura sus otrora bien formadas legiones, y<br />

ya no era dueño y señor de su propia alma? Querido amigo: este<br />

mundo enfermo no era clima propicio para tu espíritu amable.<br />

Entregaste su gobierno a la falsa humanidad, que lo despojó de<br />

sus hojas antes que el mismo invierno, y dejó desnuda su vida<br />

temblorosa al pairo maligno de los vientos más fuertes. ¿Han perdido<br />

aquellos ojos, aquellos «canales del alma» su sentido, o sólo<br />

a su luz aclararían el relato horrible de sus aberraciones? ¿Esa<br />

voz ya no «pronuncia música tan elocuente»?* ¡Horrible, horribilísimo!<br />

Me cubro los ojos con las manos, aterrorizado ante el<br />

cambio, y mis lágrimas son testigos del dolor que me causa esa<br />

ruina inimaginable.<br />

En respuesta a mi pregunta, Perdita me detalló las circunstancias<br />

melancólicas que condujeron a esos hechos.<br />

La mente franca e inocente de Adrian, dotada como estaba de<br />

todas las gracias naturales, poseedora de los poderes trascendentes<br />

del intelecto, carente de la sombra de defecto alguno (a menos<br />

que su valiente independencia de ideas pudiera considerarse<br />

como tal), vivía entregado –incluso como víctima de sacrificio– a<br />

Evadne. Le confiaba los tesoros de su alma, sus aspiraciones una<br />

vez alcanzada la excelencia, sus planes para el mejoramiento de<br />

la humanidad. A medida que despertaba a la edad adulta, sus<br />

proyectos y teorías, lejos de modificarse en aras de la prudencia y<br />

los motivos personales, adquirían nueva fuerza otorgada por los<br />

* Hamlet, acto III, escena II, William Shakespeare. (N. del T.)<br />

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