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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> <strong>13</strong>3<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

su independencia, no debían mancharse con la idea del interés ni<br />

con la intervención de unos sentimientos complejos basados en<br />

las obligaciones pecuniarias, ni con la posición dispar que ocupaban<br />

benefactor y beneficiaria. La mente de Evadne mostraba una<br />

fortaleza poco común. Era capaz de someter sus necesidades<br />

emocionales y sus deseos mentales, y de sufrir frío, hambre y miseria,<br />

por no dar la razón a la fortuna en su reñido combate. ¡Ah!<br />

¡Qué lástima que, en la naturaleza humana, semejante muestra<br />

de disciplina mental, de desprecio altivo a la naturaleza misma,<br />

no se acompañara de excelencia moral! Pero la resolución que le<br />

permitía soportar el dolor de las privaciones nacía de la desbordante<br />

energía de sus pasiones: y la fortaleza de espíritu de que hacía<br />

gala, y que era una de las manifestaciones de aquélla, estaba<br />

destinada a destruir incluso a su ídolo, para la preservación de<br />

cuyo respeto se entregaría a tal nivel de miseria.<br />

Su relación continuó. Evadne fue relatando a su amigo los<br />

pormenores de su historia, la mancha que su nombre había recibido<br />

en Grecia, el peso del pecado a que se había hecho acreedora<br />

con la muerte de su esposo. Cuando Raymond se ofreció a limpiar<br />

su reputación y a demostrar al mundo entero su sincero<br />

patriotismo, ella declaró que era sólo a través de su sufrimiento<br />

como esperaba aliviar en algo los embates de su conciencia; que,<br />

en su estado mental, por más perturbada que a él le pareciera, la<br />

necesidad de entregarse a una ocupación era una medicina saludable.<br />

Acabó arrancándole la promesa de que, por espacio de un<br />

mes, él se abstendría de hablar a nadie de sus intereses, y ella, por<br />

su parte, se comprometió, transcurrido ese tiempo, a plegarse<br />

parcialmente a sus deseos. No podía ocultarse a sí misma que<br />

cualquier cambio que se produjera la separaría de él. De momento<br />

lo veía todos los días. Él nunca le hablaba de su relación con<br />

Adrian y Perdita. Para ella él era un meteoro, una estrella solitaria,<br />

que a la hora convenida se alzaba en su hemisferio y cuya<br />

presencia le aportaba felicidad, y que, aunque se ocultara, no se<br />

eclipsaba jamás. Acudía todos los días a su morada de penurias y<br />

su presencia la transformaba en un templo impregnado de dulzura,<br />

iluminado por la luz del propio cielo. Él participaba de su delirio:<br />

«Construyeron un muro entre ellos y el mundo». Fuera revolo-<br />

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