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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 332<br />

Mary Shelley<br />

barcaciones de menor tamaño, lograban en su mayoría culminar<br />

con éxito la travesía. Algunos, presas del verdadero espíritu de la<br />

aventura, abordaron una nave de ciento veinte cañones. <strong>El</strong> enorme<br />

casco avanzaba a la deriva movido por la marea, y así abandonó<br />

la protección de la bahía. Sólo tras muchas horas su tripulación,<br />

formada por <strong>hombre</strong>s de tierra adentro, logró desplegar<br />

gran parte del velamen; el viento lo hinchaba y mientras los miles<br />

de errores cometidos por el timonel ponían la proa mirando<br />

primero a un lado y después al otro, los vastos campos de lona<br />

que formaban las velas chasqueaban con un sonido que recordaba<br />

al de una inmensa catarata, o al de un bosque costero cuando<br />

se ve azotado por los vientos equinocciales del norte. Los ojos de<br />

buey iban abiertos y con cada golpe de mar la embarcación cabeceaba<br />

y entraban toneladas de agua. Las dificultades aumentaban<br />

porque se había levantado un viento frío que silbaba entre las velas<br />

y las movía de un lado a otro, rasgándolas. Se trataba de un<br />

viento como el que podría haber visitado los sueños de Milton<br />

cuando éste imaginaba el despliegue de las alas del Maligno, e incrementaba<br />

el estruendo y el caos. Aquellos sonidos se mezclaban<br />

con el rugido del océano, el golpear de las olas contra los costados,<br />

el chapoteo del agua en las bodegas. La tripulación, cuyos<br />

miembros en su mayoría no habían visto nunca el mar, sentía que<br />

el cielo y la tierra se unían cuando la proa se hundía entre el oleaje<br />

o, cabeceando, ascendía por los aires. Sus gritos los silenciaban<br />

el clamor de los elementos y los crujidos atronadores de su<br />

ingobernable embarcación. Sólo entonces descubrieron que el<br />

agua los vencía, y se afanaron con las bombas para achicarla.<br />

Pero su tarea era tan inútil como vaciar el mar entero mediante el<br />

llenado de cubos. Cuando el sol empezó a descender, la galerna<br />

arreció. <strong>El</strong> barco parecía presentir el peligro: inundado por completo<br />

de agua, dio varios avisos del naufragio inminente. La bahía<br />

se hallaba atestada de embarcaciones cuyas tripulaciones, en<br />

su mayor parte, observaban los esfuerzos inútiles de aquella máquina<br />

indomable, y presenciaban su hundimiento gradual. Las<br />

aguas se elevaban ya por encima de las cubiertas más bajas, y entonces,<br />

en apenas un abrir y cerrar de ojos, la nave había desaparecido<br />

por completo y ya no se distinguía el punto exacto en que<br />

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