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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 63<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

jor? ¿Cómo, mediante la pobre unión de unas palabras, podré recrear<br />

el halo de gloria que la rodeaba, las mil gracias que perduraban<br />

intactas en ella? Lo primero que sorprendía al contemplar<br />

aquel encantador rostro era su bondad y sinceridad perfectas; el<br />

candor habitaba en su frente despejada, la simplicidad en sus ojos,<br />

la benignidad celestial en su sonrisa. Su figura alta y esbelta se<br />

combaba con gracia como un álamo a la brisa del oeste, y sus movimientos,<br />

divinos, eran los de un ángel alado iluminado desde lo<br />

alto de los cielos. La blancura perlada de su piel estaba salpicada<br />

de pureza; su voz parecía el grave y seductor tañido de una flauta.<br />

Tal vez sea más fácil describirla por contraste. He detallado ya las<br />

perfecciones de mi hermana. Y sin embargo ella era en todo distinta<br />

a Idris. Perdita, a pesar de amar, se mostraba reservada y tímida;<br />

Idris, en cambio era franca y confiada. Aquélla se retiraba a<br />

sus soledades para guarecerse de las decepciones y las heridas; ésta<br />

avanzaba en pleno día, segura de que nadie podía lastimarla.<br />

Wordsworth ha comparado a una mujer amada con dos bellos objetos<br />

de la naturaleza, pero sus versos siempre me han parecido<br />

más una expresión de contraste que de similitud.<br />

Violeta junto a piedra<br />

por el musgo cubierta<br />

medio oculta a la vista,<br />

radiante como una estrella<br />

cuando sola en el cielo brilla.<br />

Esa violeta era la dulce Perdita, que temblaba incluso al asomarse<br />

al aire, que se acobardaba ante la observación, y sin embargo,<br />

a su pesar, a la superficie asomaban todas sus excelencias,<br />

y pagaba con sus mil gracias el esfuerzo de quienes se acercaban<br />

a su jardín solitario. Idris era la estrella, esplendor único de la tenue<br />

guirnalda del anochecer balsámico; dispuesta a iluminar y<br />

deleitar al mundo sometido, protegida de toda mancha por su inimaginable<br />

distancia de todo lo que no sea como ella, celeste.<br />

Y yo hallé esa visión de la belleza en la sala de Perdita, en animada<br />

conversación con su anfitriona. Cuando mi hermana me<br />

vio, se puso en pie al momento y, tomándome de la mano, dijo:<br />

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