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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 27<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

hasta mi perro fiel se puso más lustroso a fuerza de devorar nuestras<br />

sobras.<br />

De ese modo fueron transcurriendo los años. Y los años no<br />

hacían sino añadir a mi existencia un amor renovado por la libertad,<br />

así como un profundo desprecio por todo lo que no fuera<br />

tan silvestre y tan rudo como yo. A los dieciséis años mi aspecto<br />

era el de un <strong>hombre</strong> hecho y derecho. Alto y atlético, me<br />

había acostumbrado a ejercer la fuerza y a resistir los embates de<br />

los elementos. <strong>El</strong> sol había curtido mi piel y andaba con paso firme,<br />

consciente de mi poder. Ningún <strong>hombre</strong> me inspiraba temor,<br />

pero tampoco sentía amor por ninguno. En épocas posteriores, al<br />

volver la vista atrás contemplaría con asombro lo que entonces<br />

era, lo indigno que hubiera llegado a ser de haber perseverado en<br />

mi vida delictiva. Mi existencia era la de un animal y mi mente se<br />

hallaba en peligro de degenerar hasta convertirse en lo que conforma<br />

la naturaleza de los brutos. Hasta ese momento, mis hábitos<br />

salvajes no me habían causado daños irreparables, mis fuerzas<br />

físicas habían crecido y florecido bajo su influencia y mi<br />

mente, sometida a la misma disciplina, se hallaba curtida por las<br />

virtudes más duras. Con todo, la independencia de que hacía gala<br />

me instigaba a diario a cometer actos de tiranía, y mi libertad se<br />

convertía en libertinaje. Me hallaba en los límites del <strong>hombre</strong>.<br />

Las pasiones, fuertes como los árboles de un bosque, ya habían<br />

echado raíces en mí y estaban a punto de ensombrecer, con su<br />

desbordante crecimiento, la senda de mi vida.<br />

Ansiaba dedicarme a empresas que fueran más allá de mis hazañas<br />

infantiles y me formaba sueños enfermizos de acciones futuras.<br />

Evitaba a mis antiguos camaradas y no tardé en perder su<br />

amistad. Todos llegaron a la edad en que debían cumplir con los<br />

destinos que la vida les deparaba. Yo, un desheredado, sin nadie<br />

que me sirviera de guía o tirara de mí, me hallaba estancado. Los<br />

viejos empezaron a señalarme como mal ejemplo, los jóvenes a<br />

verme como a un ser distinto a ellos. Yo los odiaba a todos, y en<br />

la última y peor de mis degradaciones, empecé a odiarme a mí<br />

mismo. Me aferraba a mis hábitos feroces, aunque al tiempo los<br />

despreciaba a medias. Proseguía mi guerra contra la civilización<br />

y a la vez albergaba el deseo de pertenecer a ella.<br />

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