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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 229<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

aparecía desmantelado y los restos del ejército en desbandada<br />

formaban pequeños grupos aquí y allá. Todos los rostros eran<br />

sombríos, todos los gestos hablaban de asombro y horror.<br />

Con gran pesar en mi corazón entré en palacio, temeroso de<br />

seguir avanzando, de hablar, de mirar. En el centro del salón hallé<br />

a Perdita, sentada sobre el suelo de mármol, la cabeza hundida<br />

en el pecho, despeinada, las manos entrelazadas, el gesto agónico.<br />

Al sentir mi presencia alzó la vista, inquisitiva. Sus ojos,<br />

medio iluminados por la esperanza, eran pozos de tristeza. Mis<br />

palabras murieron antes de que pudiera articularlas. Sentí que<br />

una horrendo rictus curvaba mis labios. <strong>El</strong>la comprendió mi gesto<br />

y volvió a bajar la cabeza y a entrelazar las manos. Al fin recobré<br />

el habla, pero mi voz la aterrorizó. La desdichada muchacha<br />

había comprendido mi mirada y no pensaba consentir que el<br />

relato de su profunda tristeza fuera modelado y confirmado por<br />

unas palabras duras e irrevocable. Y no sólo eso, pues parecía<br />

querer distraer mis pensamientos de la cuestión.<br />

–Calla –me susurró, poniéndose en pie–. Clara se ha dormido<br />

después de mucho llorar. No debemos molestarla.<br />

Se sentó entonces en la misma otomana en la que la había dejado<br />

al amanecer, con la cabeza apoyada en el pecho de su Raymond.<br />

No me atrevía a acercarme a ella y tomé asiento en una esquina<br />

alejada, observando sus gestos bruscos y alterados.<br />

–¿Dónde está? –me preguntó finalmente, sin preámbulos–.<br />

¡Oh! No temas... No temas que albergue la menor esperanza.<br />

Pero dime, ¿lo has encontrado? Sostenerlo una vez más en mis<br />

brazos, verlo una vez más, aunque esté cambiado, es todo lo que<br />

deseo. Aunque Constantinopla entera se amontone sobre él como<br />

una tumba, debo hallarlo. Después nos cubriremos los dos con el<br />

peso de la ciudad, una montaña apilada sobre nosotros. No me<br />

importa, mientras el mismo sepulcro guarde a Raymond y a Perdita.<br />

–Sollozó, acercándose a mí, y me abrazó–. Llévame junto a<br />

él, Lionel. Eres malo. ¿Por qué me retienes aquí? Yo sola no puedo<br />

encontrarlo. Pero tú sabes dónde yace. Llévame hasta allí.<br />

Al principio sus agónicos lamentos me movieron a una irrefrenable<br />

compasión. Mas con todo traté de disuadirla de sus ideas.<br />

Le relaté mis aventuras de la noche, mis esfuerzos por encontrar-<br />

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