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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 348<br />

Mary Shelley<br />

En una ocasión, en un día de helada, llevado por mis incesantes<br />

y lúgubres pensamientos, me acerqué hasta uno de mis lugares<br />

favoritos, un bosquecillo cercano a Salt Hill. Allí, a un lado, un<br />

arroyo cantarín salta sobre unas piedras y unos pocos olmos y<br />

hayas conceden al lugar, tal vez sin merecerlo, el nombre de bosque.<br />

<strong>El</strong> escenario tenía para mí encantos únicos. Había sido un<br />

paisaje predilecto para Adrian. Se trataba de un rincón aislado, y<br />

me había contado que muchas veces, durante su infancia, había<br />

pasado allí sus horas más felices. Tras escapar del control riguroso<br />

de su madre, se sentaba en los toscos peldaños que conducían<br />

al arroyo, ahora leyendo algún libro favorito, ahora reflexionando<br />

y sumiéndose en especulaciones impropias de su tierna edad<br />

sobre la madeja aún no deshilada de la ética o la metafísica. Un<br />

presentimiento melancólico me aseguraba que no regresaría más a<br />

ese lugar, de modo que traté de fijar en mi mente cada árbol, cada<br />

recodo del riachuelo, cada irregularidad del suelo, para recordarlo<br />

mejor cuando me hallara ausente. Un petirrojo descendió al<br />

arroyo helado desde las ramas escarchadas de un árbol. Su respiración<br />

trabajosa y sus ojos entornados me decían que agonizaba.<br />

En el cielo apareció un halcón y el temor se apoderó de la pequeña<br />

criatura que, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, se echó<br />

hacia atrás y extendió las patas, impotente, tratando de defenderse<br />

de su poderoso enemigo. Entonces yo intervine, lo sostuve en<br />

mis manos y me lo acerqué al pecho. Lo alimenté con unas migas<br />

de galleta, hasta que poco a poco fue reviviendo y sentí que su corazón<br />

tembloroso, tibio, latía contra mi cuerpo. No sé por qué relato<br />

este suceso insignificante, pero la escena sigue presente en mi<br />

memoria: los campos cubiertos de nieve vistos través de los troncos<br />

plateados de las hayas; el arroyo, en los días felices reguero de<br />

aguas vivas y chispeantes, ahora asfixiado por el hielo; los árboles<br />

desnudos, cubiertos de escarcha; los perfiles de las hojas del verano,<br />

recortados en el suelo duro por la mano helada del invierno; el<br />

cielo gris, el temible frío, el silencio absoluto... Mientras, cerca de<br />

mi pecho, mi enfermo con plumas entraba en calor y, sintiéndose<br />

a salvo, cantaba su alegría con trinos ligeros. Los recuerdos dolorosos<br />

se apoderaban de mí y llevaban mi mente a un estado de<br />

gran turbación. Fría y fúnebre como los campos nevados era la<br />

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