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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 204<br />

Mary Shelley<br />

enfriaba al pasar sobre sus gélidos perfiles. La oscuridad se apoderaba<br />

de todo; apenas distinguía ya los objetos que me rodeaban.<br />

Abandoné mi puesto elevado y, con cierta dificultad, avancé<br />

a caballo tratando de no pisar a los cadáveres.<br />

De pronto oí un grito desgarrado. Una forma pareció alzarse<br />

de la tierra, avanzó rápidamente hacia mí y se hundió una<br />

vez más en el suelo, más cerca de donde me hallaba. Todo sucedió<br />

tan deprisa que me costó tirar de las riendas del caballo<br />

para que se detuviera y no pisara al ser que yacía allí postrado.<br />

Las ropas de aquella persona eran las de un soldado, pero el<br />

cuello desnudo y los brazos, así como los gritos continuos, revelaban<br />

que se trataba de una mujer disfrazada. Desmonté para<br />

ayudarla mientras ella, entre lamentos, la mano en un costado,<br />

resistía mi intento de levantarla. Con las prisas del momento<br />

había olvidado que me hallaba en Grecia, y en mi lengua natal<br />

traté de aliviar sus sufrimientos. Entre terribles gritos de dolor,<br />

la agonizante Evadne (pues se trataba de ella), reconoció la lengua<br />

de su amado. <strong>El</strong> dolor y la fiebre causados por la herida<br />

habían hecho mella en su cordura, y sus exclamaciones y débiles<br />

intentos de escapar me movían a la compasión. En su delirio<br />

desbocado pronunció el nombre de Raymond y me acusó de impedirle<br />

reunirse con él, mientras los turcos, con sus temibles instrumentos<br />

de tortura, estaban a punto de quitarle la vida. Y entonces,<br />

de nuevo, se lamentó tristemente de su sino, de que una<br />

mujer, con corazón y sensibilidad femeninas, se hubiera visto<br />

arrastrada por un amor desesperado y unas esperanzas vanas a<br />

tomar las armas y a padecer unas privaciones masculinas superiores<br />

a sus fuerzas, a entregarse al trabajo y al dolor... Mientras<br />

balbuceaba, su mano seca y caliente se aferraba a la mía y su<br />

frente y sus labios ardían, encendidos por el fuego que la consumía.<br />

Las fuerzas le fallaban por momentos. La levanté del suelo; su<br />

cuerpo desgarrado colgaba casi inerte entre mis brazos, y apoyó<br />

su cara hundiéndola en mi pecho. Con voz sepulcral murmuró:<br />

–¡Este es el fin del amor! ¡Pero no es el fin! –<strong>El</strong> delirio le dio<br />

fuerzas para elevar un brazo en dirección al cielo–: ¡Allí está el<br />

fin! Ahí volvemos a vernos. Muchas muertes en vida he sufrido<br />

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