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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 251<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

doras desgracias se agrupaban en mi mente, y mi mente las dibujaba<br />

con el conocimiento de aquellas personas, con el afecto y la<br />

estima que profesaba por quienes las sufrían. Eran los admiradores,<br />

los amigos, los camaradas de Raymond, las familias que habían<br />

acogido a Perdita en Grecia y llorado con ella la muerte de su<br />

señor, quienes caían abatidos y se reunían con él en la fosa común.<br />

La peste, en Atenas, vino precedida del contagio en Levante y<br />

fue causada por él. La escena de destrucción y muerte seguía representándose<br />

en aquel lugar a una escala pavorosa. La esperanza<br />

de que el brote de aquel año fuera el <strong>último</strong> mantenía a los<br />

mercaderes en contacto con aquellos países. Pero sus habitantes<br />

eran presas de la desesperanza, o de una resignación que, nacida<br />

del fanatismo, adoptaba el mismo tono siniestro. A América también<br />

habían llegado los males, y ya se tratara de fiebre amarilla,<br />

ya de peste, la epidemia demostraba una virulencia sin precedentes.<br />

La devastación no se limitaba a las ciudades, y se extendía<br />

por todo el país. <strong>El</strong> cazador moría en los bosques, el campesino<br />

en los campos de maíz, y el pescador en sus aguas natales.<br />

Desde el este nos llegó una historia extraña, a la que se habría<br />

concedido poco crédito de no haberla presenciado multitud de<br />

testigos en diversas partes del mundo. Se decía que el veintiuno<br />

de junio, una hora antes del solsticio, se elevó por el cielo un sol<br />

negro;* un orbe del tamaño del astro, pero oscuro, definido, cuyos<br />

haces eran sombras, ascendió desde el oeste. En una hora había<br />

alcanzado el meridiano y eclipsado a su esplendoroso pariente<br />

diurno. La noche cayó sobre todos los países, una noche<br />

repentina, opaca, absoluta. Salieron las estrellas, derramando en<br />

vano sus brillos sobre una tierra viuda de luz. Pero el orbe tenue<br />

no tardó en pasar por encima del sol y en dirigirse al cielo del<br />

este. Mientras descendía, sus rayos crepusculares se cruzaban con<br />

los del sol, brillantes, opacándolos o distorsionándolos. Las sombras<br />

de las cosas adoptaban formas raras y siniestras. Los animales<br />

salvajes de los bosques eran presa del terror cuando contemplaban<br />

aquellas formas desconocidas que se dibujaban sobre la<br />

* Apocalipsis, 6:12. «<strong>El</strong> sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió<br />

toda como sangre.» (N. del T.)<br />

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