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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 496<br />

Mary Shelley<br />

–¡Estamos perdidos! –exclamó Clara–. ¡Salvaos vosotros!<br />

¡Oh, salvaos vosotros! –Otro relámpago me mostró a la pobre<br />

niña medio enterrada en el agua, al fondo de la barca. Mientras<br />

se hundía, Adrian la levantó y la sostuvo en sus brazos. Nos habíamos<br />

quedado sin timón y avanzábamos con la proa muy levantada,<br />

al encuentro de las inmensas olas que se alzaban ante<br />

nosotros, y que al romper inundaban nuestro pequeño caique. Oí<br />

un grito, un grito que decía que nos hundíamos, y que pronuncié<br />

yo. Me hallé en el agua. La oscuridad era total. Cuando el resplandor<br />

de la tempestad nos iluminó, vi la quilla de nuestro bote,<br />

volcado del revés, que se acercaba a mí. Me aferré a ella con dedos<br />

y con uñas mientras, aprovechando los intervalos de luz, trataba<br />

desesperadamente de distinguir a mis compañeros. Creí ver<br />

a Adrian a escasa distancia de donde me encontraba, sujeto a un<br />

remo. Me solté del casco y, sacando de donde no había una energía<br />

sobrehumana, me arrojé a las aguas, tratando de llegar a él.<br />

Al no lograrlo, el apego instintivo a la vida me alentó, así como<br />

un sentimiento de contienda, como si una voluntad hostil combatiera<br />

con la mía. Me impuse al oleaje, que lo apartaba de mí,<br />

como hubiera hecho con las fauces y las zarpas de un león a punto<br />

de devorar mi pecho. Cuando una ola me tumbaba, me alzaba<br />

contra la siguiente y sentía que una especie de orgullo amargo se<br />

apoderaba de mí.<br />

La tormenta nos había llevado cerca de la costa y nos había<br />

mantenido en todo momento en sus proximidades. <strong>El</strong> resplandor<br />

de cada relámpago me permitía ver su perfil recortado. Sin embargo<br />

mi avance era minúsculo, pues las olas, al retirarse, me<br />

arrastraban hacia los abismos lejanos del océano. En un momento<br />

creía rozar la arena con el pie y al momento siguiente volvía a<br />

hallarme en aguas profundas. Mis brazos empezaban a flaquear,<br />

me faltaba el aire y mil y un pensamientos desbocados y delirantes<br />

pasaban por mi mente. Por lo que ahora recuerdo de ellos, el<br />

sentimiento dominante era: «qué dulce sería apoyar la cabeza en<br />

la tierra serena, donde las olas no siguieran golpeando mi cuerpo<br />

frágil, donde el rugido del mar no penetrara en mis oídos». Para<br />

alcanzar ese reposo –no para salvar la vida– realicé un <strong>último</strong> esfuerzo<br />

y la orilla se presentó accesible ante mí. Me levanté, volví<br />

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