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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 151<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

¿Qué ser abyecto más cruel en su maldad, qué alma condenada<br />

más merecedora de la perdición eterna? Mandó buscar a un médico.<br />

Pasaban las horas, que la incertidumbre convertía en siglos.<br />

A la oscuridad de la larga noche otoñal siguió el dia, y sólo entonces<br />

su vida pareció a salvo. Entonces ordenó su traslado a un<br />

lugar más cómodo y permaneció a su lado para asegurarse de que<br />

seguía reponiéndose.<br />

Cuando se hallaba así atenazado por la zozobra y el miedo,<br />

había recordado la fiesta que Perdita había organizado en su honor.<br />

En su honor, mientras la desgracia y la muerte se iban grabando,<br />

indelebles, sobre su nombre, en su honor, cuando por sus<br />

crímenes merecía el cadalso. Aquella era la peor de las burlas. Y<br />

sin embargo Perdita lo esperaba. Escribió unas líneas inconexas<br />

en un pedazo de papel en las que le informaba de que se encontraba<br />

bien, y ordenó a la casera que lo llevara a palacio y lo pusiera<br />

en manos de la esposa del Protector. La mujer, que no lo había<br />

reconocido, le preguntó desdeñosa cómo creía que iba a<br />

recibirla la primera dama, nada menos que el día en que tenía lugar<br />

una celebración. Raymond le entregó su anillo para asegurarle<br />

el crédito de los sirvientes. Así, mientras Perdita se ocupaba<br />

de los invitados y aguardaba impaciente la llegada de su señor, un<br />

mayordomo le hizo llegar la alianza y le informó de que una mujer<br />

pobre traía una nota que debía entregarle en mano.<br />

La misión que le había sido encomendada azuzó la vanidad de<br />

la vieja chismosa, a pesar de no comprender su alcance pues, en<br />

realidad, seguía sin sospechar que el visitante de Evadne fuera<br />

lord Raymond. Perdita temía que se hubiera caído del caballo o<br />

que hubiera sufrido algún otro accidente, hasta que las respuestas<br />

de la mujer despertaron en ella otros miedos. Recreándose en<br />

un engaño ejercido a ciegas, la mensajera entrometida, si no maligna,<br />

no le habló de la enfermedad de Evadne. Pero sí le hizo un<br />

relato detallado de las frecuentes visitas de Raymond, salpicando<br />

su narración de unos detalles que, además de llevar a Perdita a<br />

convencerse de su veracidad, acentuaban la crueldad y la perfidia<br />

de Raymond. Y lo peor del caso era que su ausencia de la fiesta,<br />

que en su mensaje ni siquiera mencionaba, le parecía, a partir de<br />

las desgraciadas insinuaciones de aquella mujer, el más mortífero<br />

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