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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 196<br />

Mary Shelley<br />

pendones y estandartes; aunque la soldadesca formaba en las calles<br />

y los habitantes se congregaban por millares para gritarle su<br />

bienvenida, el mismo silencio solemne se mantenía, los soldados<br />

le presentaban armas –los estandartes a media asta, muchas manos<br />

blancas empuñando banderolas– y en vano buscaban distinguir<br />

al héroe en su vehículo que, cerrado y rodeado de guardias,<br />

se dirigía al palacio que le habían dispuesto.<br />

Raymond se sentía débil, exhausto, y sin embargo el interés<br />

que suscitaba su persona le llenaba de orgullo. <strong>El</strong> amor que los<br />

demás le profesaban estaba a punto de matarlo. Cierto que el<br />

pueblo se refrenaba, pero el rumor y el bullicio de la muchedumbre<br />

congregada alrededor de palacio, sumados al estrépito de los<br />

fuegos de artificio, a los frecuentes disparos de las armas, al repicar<br />

de los cascos de los caballos, de cuya efervescencia era él la<br />

causa, dificultaban su recuperación. De modo que, al poco, decidimos<br />

trasladarnos por un tiempo a <strong>El</strong>eusis, donde el reposo y los<br />

cuidados lograron que nuestro enfermo recobrara fuerzas prontamente.<br />

Las atenciones que le prodigaba Perdita eran la primera<br />

causa de su rápido restablecimiento. Pero la segunda era sin duda<br />

la felicidad que sentía por el afecto y la buena voluntad que le<br />

profesaban los griegos. Se dice que amamos mucho a aquellos a<br />

los que causamos un gran bien. Raymond había luchado y conquistado<br />

territorios para los atenienses. Había sufrido por ellos,<br />

se había expuesto a los peligros, al cautiverio y a las dificultades.<br />

Su gratitud le conmovía profundamente y en lo más hondo de su<br />

corazón anhelaba ver su destino unido para siempre al de aquel<br />

pueblo que sentía por él tal devoción.<br />

<strong>El</strong> amor y la comprensión de la sociedad constituían un rasgo<br />

marcado de mi carácter. En mi primera juventud, el drama vivo<br />

que se había desarrollado a mi alrededor había llevado a mi corazón<br />

y a mi alma hasta su vórtice. Ahora me percataba de cierto<br />

cambio. Amaba, esperaba, disfrutaba. Pero había algo más.<br />

Me mostraba inquisitivo respecto a los principios internos de las<br />

acciones de aquéllos que me rodeaban, impaciente por interpretar<br />

correctamente sus ideas, ocupado siempre en adivinar sus<br />

planteamientos más recónditos. Todos los acontecimientos, además<br />

de interesarme profundamente, aparecían ante mí en forma<br />

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