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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 414<br />

Mary Shelley<br />

habíamos oído mil veces antes, al observar las olas coronadas de<br />

espuma, empujadas por los vientos, que arribaban con sus lamentos<br />

de muerte a playas desoladas y acantilados rocosos. Pero<br />

al avanzar un poco más descubrimos que Dover se hallaba inundado;<br />

muchas de las casas no habían resistido los embates de<br />

unas aguas que llenaban las calles y que, con espantosos rugidos,<br />

se retiraban a veces, dejando el suelo de la ciudad desnudo, hasta<br />

que de nuevo el flujo del océano empujaba y las olas regresaban<br />

con su sonido atronador a ocupar el espacio usurpado.<br />

Apenas menos alterada que el tempestuoso mundo de las<br />

aguas se hallaba la congregación de seres humanos que, temerosos,<br />

desde el acantilado observaban el avance del oleaje. La mañana<br />

de la llegada de los emigrantes que viajaban bajo la tutela<br />

de Adrian, el mar había amanecido sereno, liso como un espejo,<br />

y las escasas ondas reflejaban los rayos de sol, que bañaban con<br />

su brillo el aire azul, claro, gélido. <strong>El</strong> aspecto plácido de la naturaleza<br />

se tomó como buen augurio para el viaje, y el jefe de la expedición<br />

se dirigió al momento al muelle para examinar dos barcos<br />

de vapor que se encontraban allí atracados. Pero en la noche<br />

siguiente, cuando todos dormían, una pavorosa tormenta de<br />

viento, lluvia torrencial y granizo los sorprendió, y alguien, en<br />

la calle, empezó a gritar que debían despertar todos o se ahogarían.<br />

Y todos salieron a medio vestir para descubrir el motivo de<br />

la alarma, y vieron que la pleamar, más crecida de lo que era habitual,<br />

se adentraba en la ciudad. Subieron a lo alto del acantilado,<br />

pero la oscuridad sólo les permitía distinguir la espuma de las<br />

olas, mientras el viento atronador combinaba sus gritos, en siniestra<br />

armonía, con las desbocadas embestidas del oleaje. <strong>El</strong> imponente<br />

estado de las aguas, la inexperiencia absoluta de muchos,<br />

que jamás habían visto el mar, los gritos de las mujeres y los<br />

llantos del los niños se añadían al horror del tumulto.<br />

La misma escena se mantuvo durante todo el día siguiente.<br />

Con la bajamar la localidad quedó seca, pero al subir de nuevo<br />

la marea, ésta creció incluso más que la noche anterior. Las grandes<br />

embarcaciones que se pudrían, varadas en tierra, eran arrancadas<br />

de sus amarres y arrastradas contra los acantilados, mientras<br />

que los barcos atracados en el puerto iban a parar a tierra<br />

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