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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 422<br />

Mary Shelley<br />

rindió a su influencia libre de todo escrúpulo. Su padre había sido<br />

predicador metodista, un <strong>hombre</strong> entusiasta de intenciones sencillas,<br />

pero cuyas doctrinas perniciosas habían contribuido a destruir<br />

todo atisbo de conciencia en su hijo. Durante el avance de la<br />

peste, éste había ideado varios planes para obtener adeptos y poder.<br />

Adrian había tenido conocimiento de ellos y los había sofocado.<br />

Pero en París, Adrian se hallaba ausente. <strong>El</strong> lobo se vestía<br />

con piel de cordero y el rebaño consentía el engaño. Había formado<br />

una facción durante las semanas que llevaba en París, una<br />

secta que propagaba con gran celo la creencia en su divina misión<br />

y que creía que sólo alcanzarían la seguridad y la salvación quienes<br />

depositaran su confianza en él.<br />

Una vez surgido el espíritu de disensión, las causas más frívolas<br />

lo activaban. La primera de las divisiones, a su llegada a París,<br />

había tomado posesión de las Tullerías. La conveniencia y un<br />

sentimiento de camaradería habían llevado a la segunda a buscar<br />

alojamiento en sus inmediaciones. Surgió entonces un litigio respecto<br />

de la distribución del pillaje: los jefes del primer grupo exigían<br />

que todo les fuera entregado a ellos, algo que el segundo se<br />

negó a cumplir. Y así, cuando los integrantes de ese segundo grupo<br />

emprendieron una expedición de saqueo, los del primero cerraron<br />

las puertas de la ciudad y los dejaron fuera. Tras superar<br />

aquel contratiempo, se dirigieron en formación hacia las Tullerías,<br />

donde descubrieron que sus enemigos ya habían sido expulsados<br />

por los <strong>El</strong>egidos, como se llamaban a sí mismos los integrantes<br />

de aquella secta fanática, que se negaban a admitir en el<br />

palacio a nadie que no abjurara antes de toda obediencia que no<br />

fuera obediencia a Dios y a su representante en la tierra, su jefe.<br />

Aquel fue, pues, el origen de la trifulca, que alcanzó tales dimensiones<br />

que las tres divisiones, armadas, se encontraron en la<br />

Place Vendôme, las tres decididas a someter por la fuerza la resistencia<br />

de sus adversarios. Se congregaron, los mosquetones estaban<br />

cargados y con ellos incluso apuntaban al pecho de quienes<br />

consideraban enemigos. Una palabra habría bastado. Y allí,<br />

los <strong>último</strong>s individuos de la humanidad habrían enterrado sus almas<br />

en el crimen del asesinato y se habrían manchado las manos<br />

con la sangre de sus congéneres. Al fin, una sensación de ver-<br />

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