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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 426<br />

Mary Shelley<br />

y luego, dolando una esquina de la plaza, contemplamos el destello<br />

del sol en los filos de las espadas y en las bayonetas, mientras<br />

gritos e imprecaciones inundaban el aire. Se trataba de una<br />

escena de confusión muy poco habitual en aquellos días de<br />

despoblación. Encendidos por agravios imaginarios y palabras<br />

insultantes, las dos facciones enfrentadas se habían lanzado al<br />

ataque las unas de las otras, mientras que los <strong>El</strong>ectos, algo apartados,<br />

parecían aguardar la ocasión de caer con más probabilidades<br />

de éxito sobre sus enemigos una vez éstos se hubieran debilitado<br />

mutuamente. Pero entonces, entre ellos se interpuso una<br />

fuerza clemente y no se derramó ni una gota de sangre. Pues<br />

mientras la turba se disponía a enzarzarse en un ataque, las mujeres,<br />

esposas, madres e hijas de los congregados aparecieron de<br />

pronto, tomaron las riendas de los caballos, se arrojaron sobre<br />

las piernas de los jinetes, rodearon con sus brazos los cuellos de<br />

los soldados y arrebataron las armas a sus enfurecidos familiares.<br />

Los chillidos agudos de las mujeres se mezclaban con los gritos de<br />

los <strong>hombre</strong>s y formaban un clamor que fue el que nos recibió a<br />

nuestra llegada.<br />

Nuestras voces no se oían en medio del tumulto. Adrian, con<br />

todo, resultaba bien visible gracias al caballo blanco que montaba.<br />

Espoleándolo, se situó apresuradamente en el centro de la<br />

muchedumbre. Lo reconocieron al punto, y al punto se elevaron<br />

vítores en su honor y en el de Inglaterra. Quienes hasta hacía<br />

nada habían sido adversarios, confortados ante su visión, se unieron<br />

en una masa confusa y lo rodearon. Las mujeres le besaban<br />

las manos y la ropa, e incluso su caballo recibía el tributo de sus<br />

abrazos. Algunos lloraban al verlo. Parecía el ángel de la paz que<br />

hubiera descendido sobre ellos. <strong>El</strong> único peligro era que, si sus<br />

amigos le demostraban su afecto con demasiada vehemencia,<br />

acabara asfixiado, poniendo en evidencia su naturaleza mortal.<br />

Al fin su voz se impuso y fue obedecida. La multitud se echó hacia<br />

atrás. Sólo los jefes permanecieron junto a él, rodeándolo. Yo<br />

había visto a lord Raymond avanzar a caballo entre sus tropas.<br />

Su gesto victorioso, su expresión mayestática, le valían el respeto<br />

y la obediencia de todos. Pero aquel no era el aspecto de Adrian<br />

ni la clase de influencia que imponía. Su figura menuda, su mira-<br />

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