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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 498<br />

Mary Shelley<br />

que tan mal lo manejaba. Volví a arrojarme sobre la arena y entonces<br />

el viento, ululante, imitando un grito humano, me confundió<br />

y me devolvió una esperanza falaz y amarga. De haber<br />

contado con el menor pedazo de madera, con la más minúscula<br />

de las canoas, tengo por seguro que habría recorrido las salvajes<br />

llanuras del océano en pos de los amados restos de los seres<br />

que había perdido y, aferrándome a ellos, me habría adentrado<br />

en su sepulcro.<br />

Así pasé todo el día. Cada momento contenía una eternidad,<br />

aunque cuando todas sus horas hubieron transcurrido me asombré<br />

de que el tiempo pasara tan velozmente. Y sin embargo ni siquiera<br />

entonces había bebido toda la poción amarga. Aún no estaba<br />

convencido de mi pérdida. Todavía no sentía en todos mis<br />

latidos, en todos mis nervios, en todos mis pensamientos, que era<br />

el único superviviente de mi raza, que era el <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>.<br />

Las nubes regresaron al atardecer y apenas se puso el sol empezó<br />

a lloviznar. Me pareció que incluso los cielos eternos lloraban<br />

mi desdicha. ¿Podía ser entonces motivo de vergüenza que<br />

un <strong>hombre</strong> mortal derramara lágrimas? Recordé las fábulas antiguas<br />

en que los seres humanos, con su llanto, se convertían en<br />

fuentes de caudal constante. ¡Ah! ¡Si así pudiera ser! Mi destino,<br />

entonces, se asemejaría en algo a la muerte húmeda de Adrian y<br />

Clara. La pena es fantástica, pues teje una tela en que trazar la<br />

historia de su desgracia a partir de todas las formas que nos rodean,<br />

de todos los cambios que presenciamos; se introduce en<br />

todos los objetos de la naturaleza viva y halla sustento en todo.<br />

Como la luz, todo lo baña, y como la luz, a todo transmite sus<br />

colores.<br />

En mi búsqueda había llegado a un lugar algo más alejado,<br />

donde se alzaba una torre de vigía de las que, a intervalos, salpican<br />

la costa italiana. Me alegré de hallar refugio, de encontrarme<br />

con el producto de una obra humana, tras tanto tiempo rodeado<br />

de aquella temible aridez natural. De modo que entré y ascendí<br />

por la tosca escalera de caracol que conducía a la estancia del vigía.<br />

<strong>El</strong> destino, en principio, se mostró amable conmigo al no enfrentarme<br />

a ningún resto de sus anteriores habitantes. Unos tablones<br />

colocados sobre caballetes de hierro, y sobre ellos hojas<br />

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