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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 495<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

nadador más fuerte a la exagerada violencia de un océano que<br />

exhibía toda su furia? Mis esfuerzos para prevenir a mis compañeros<br />

se revelaron casi del todo inútiles, pues el rugido de las olas<br />

no nos permitía oírnos, y éstas, al pasar constantemente sobre el<br />

casco, me obligaban a dedicar todas mis energías a achicar agua<br />

a medida que iba entrando. La oscuridad, densa, palpable, impenetrable,<br />

nos rodeaba, alterada sólo por los relámpagos. En ocasiones<br />

unos rayos rojos, fieros, se zambullían en el mar, y a intervalos,<br />

de las nubes se descolgaban grandes mangas que agitaban<br />

unas olas que se alzaban para recibirlas. Mientras, la galerna impulsaba<br />

las nubes, que se confundían con la mezcla caótica de<br />

cielo y océano. <strong>El</strong> casco empezaba a romperse, nuestra única vela<br />

estaba hecha harapos, rota por la fuerza del viento. Habíamos<br />

cortado el mástil y tirado por la borda del caique todo lo que éste<br />

contenía. Clara me ayudaba a achicar agua y en un momento en<br />

que se volvió para contemplar el relámpago, vi, en el resplandor<br />

momentáneo, que en ella la resignación había vencido sobre el<br />

miedo. En las circunstancias más extremas existe en nosotros un<br />

poder que asiste a las mentes por lo general débiles y nos permite<br />

soportar las torturas más crueles con una presencia de ánimo<br />

que en nuestras horas felices no habríamos imaginado siquiera.<br />

Una calma, más aterradora aún que la tempestad, se apoderaba<br />

de los latidos de mi corazón, una calma que era como la del tahúr,<br />

la del suicida, la del asesino, cuando el <strong>último</strong> dado está a<br />

punto de lanzarse, cuando se lleva la copa envenenada a los labios,<br />

cuando se dispone a asestar el golpe mortal.<br />

Así pasaron horas, horas que habrían cincelado surcos de vejez<br />

en rostros imberbes, que habrían cubierto de nieve el cabello<br />

sedoso de la infancia; horas en que, mientras duraban los caóticos<br />

rugidos, mientras cada ráfaga de viento era más temible que<br />

la anterior, nuestra barca colgaba de lo alto de las olas antes de<br />

desplomarse en sus abismos, y temblaba y giraba entre precipicios<br />

de agua que parecían cerrarse sobre nuestras cabezas. Por<br />

unos instantes el temporal cesó. <strong>El</strong> viento, que como un avezado<br />

atleta se había detenido antes de dar el gran salto, se abalanzó<br />

con furia sobre el mar, entre rugidos, y las olas golpearon nuestra<br />

popa. Adrian gritó que el timón se había roto.<br />

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