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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 484<br />

Mary Shelley<br />

sin necesidad de ejercitar en exceso la imaginación, podíamos<br />

fantasear con que las ciudades seguían bullendo de actividad humana,<br />

con que los campesinos seguían arando la tierra y con que<br />

nosotros, los ciudadanos libres del mundo, gozábamos de un exilio<br />

voluntario, en vez de la separación inevitable de nuestra especie<br />

extinta.<br />

Ninguno de nosotros disfrutaba más que Clara de la belleza<br />

del paisaje. Antes de partir de Milán se había operado un cambio<br />

en sus hábitos y maneras. Había perdido la alegría y se mantenía<br />

alejada de toda actividad física; empezó a vestirse con sobriedad<br />

de vestal. Nos evitaba y se encerraba con Evelyn en alguna cámara<br />

retirada o en algún rincón alejado. Tampoco participaba de<br />

los pasatiempos del niño con su fervor acostumbrado; se sentaba<br />

a observarlo y esbozaba sonrisas tristes y tiernas, los ojos arrasados<br />

en lágrimas, aunque nunca llegaba a formular la menor queja.<br />

Se acercaba a nosotros con gran timidez, rehuía nuestras caricias<br />

y no se liberaba de la vergüenza que la dominaba hasta que<br />

algún debate serio o algún tema elevado lograban sacarla de su<br />

ensimismamiento. Su belleza crecía como una rosa que, abriéndose<br />

a las brisas estivales, revelara una tras otra todas sus hojas e<br />

inundara los corazones de dolor ante la contemplación de una<br />

hermosura tan excesiva. Un rubor leve y variable poblaba sus<br />

mejillas y sus movimientos parecían sincronizarse con una armonía<br />

oculta de dulzura extraordinaria. Nosotros redoblamos con<br />

ella nuestra ternura y atenciones, y ella las recibía con sonrisas de<br />

agradecimiento, tan fugaces que desaparecían más deprisa que<br />

los rayos del sol sobre las olas brillantes en un día de abril.<br />

Nuestro único punto de comunicación con ella parecía ser<br />

Evelyn. <strong>El</strong> pequeño nos aportaba un consuelo y una alegría indescriptibles.<br />

Su carácter extrovertido y su inocente ignorancia<br />

de la horrible calamidad que se había apoderado de nosotros<br />

eran un bálsamo para todos, pues en nuestras ideas y sentimientos<br />

vivíamos dominados por la inmensidad de la tristeza. Adorarlo,<br />

acariciarlo, entretenerlo, eran tareas comunes a las que nos<br />

entregábamos. Clara, que en cierta medida se sentía como una<br />

madre para él, nos agradecía inmensamente el afecto que le profesábamos.<br />

Me lo agradecía a mí. A mí que en sus cejas finas y<br />

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