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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 295<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

a su esposa e hijo –que ya no eran su esposa y su hijo, sino «tierra<br />

muerta sobre la tierra»–,* y presa del hambre, el temor y la<br />

pena, su imaginación enfermiza le hizo creer que era un enviado<br />

de los cielos para predicar el fin de los tiempos en el mundo. Entraba<br />

en las iglesias y, ante las congregaciones, predecía su pronto<br />

traslado a las criptas subterráneas. Aparecía en los teatros<br />

como el espíritu olvidado del tiempo e instaba al público a regresar<br />

a casa y morir. Lo habían detenido y encerrado, pero había<br />

logrado escapar y, en su huida de Londres pasaba por los pueblos<br />

vecinos y, con gestos frenéticos y palabras electrizantes, descubría<br />

los temores ocultos de todos y daba voz a los pensamientos sordos<br />

que nadie se atrevía a formular. Ahora, bajo la logia del ayuntamiento<br />

de Windsor, encaramado a la escalinata, arengaba a la<br />

temblorosa multitud.<br />

–Escuchad, vosotros, habitantes de la tierra –exclamó–, escuchad<br />

al cielo que todo lo ve y que es inclemente. Y escucha también<br />

tú, corazón arrastrado por la tempestad, que respiras estas<br />

palabras pero te desvaneces bajo su significado: ¡la muerte habita<br />

entre nosotros! La tierra es hermosa y está tapizada de flores,<br />

pero es nuestro sepulcro. Las nubes del cielo lloran por nosotros,<br />

las estrellas son nuestras antorchas fúnebres. Hombres de pelo<br />

cano, esperáis gozar de unos años más en vuestra conocida morada,<br />

mas ya vence el contrato, debéis desalojarla; niños, vosotros<br />

no alcanzaréis la madurez, ahora mismo cavan ya vuestros<br />

pequeñas tumbas; madres, aferraos a ellos y una sola muerte os<br />

abrazará a los dos.<br />

Temblando, extendió las manos, los ojos vueltos hacia el cielo<br />

y tan abiertos que parecían a punto de salírsele de las órbitas,<br />

como si siguiera el movimiento aéreo de unas figuras que a nosotros<br />

nos resultaban invisibles.<br />

–Ahí están –prosiguió –. ¡Los muertos! Se alzan cubiertos con<br />

sus sudarios, avanzan en callada procesión hacia la lejana tierra<br />

de su condenación. Sus labios, vacíos de sangre, no se mueven, y<br />

siguen avanzando. Ya venimos –exclamó, dando un respingo–,<br />

pues ¿para qué habríamos de esperar más? Daos prisa, amigos<br />

* Verso del poema La máscara de la anarquía, P. B. Shelley. (N. del T.)<br />

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