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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 396<br />

Mary Shelley<br />

ción, imaginando la gran alegría que proporcionaríamos a Lucy,<br />

y declaró que, si iba yo, ella debía acompañarme, y que le desagradaría<br />

confiar la misión de rescatarla a otras personas que tal<br />

vez la llevaran a cabo fría o inhumanamente. La vida de aquella<br />

mujer había sido un camino de devoción y virtud y era bueno que<br />

ahora cosechara la pequeña recompensa de descubrir que su bondad<br />

era apreciada y sus necesidades cubiertas por aquéllos a quienes<br />

respetaba y honraba.<br />

Aquellos y otros argumentos los planteaba con amable pertinacia,<br />

con un deseo ardiente de obrar todo el bien que estuviera<br />

en su poder, ella, Idris, cuya mera expresión de un deseo, cuya petición<br />

más nimia, habían sido siempre órdenes para mí. De modo<br />

que, como no podía ser de otro modo, consentí desde el momento<br />

en que constaté que había puesto su corazón en ello. Enviamos<br />

a la mitad de la partida que nos acompañaba al encuentro de<br />

Adrian. Y, junto con la otra mitad, nuestro carruaje dio media<br />

vuelta y emprendió el camino de regreso a Windsor.<br />

Hoy me pregunto cómo pude estar tan ciego, ser tan insensato<br />

como para poner así en peligro la vida de Idris. Pues si hubiera<br />

tenido ojos habría visto el implacable aunque engañoso avance<br />

de la muerte en su mejilla febril, en su debilidad creciente. Pero<br />

ella me aseguró que se sentía mejor, y yo la creí. La extinción no<br />

podía hallarse cerca de una mujer cuya vivacidad e inteligencia<br />

aumentaban hora a hora, cuyo cuerpo se veía dotado de un intenso<br />

(yo lo creía sinceramente), fuerte y permanente espíritu de<br />

vida. ¿Quién, tras un desastre grave, no ha vuelto la vista atrás<br />

con asombro ante la inconcebible torpeza de comprensión que le<br />

impidió percibir las numerosas hebras diminutas con que el destino<br />

teje la red inextricable de nuestros destinos, hasta que se ve<br />

atrapado en ella?<br />

Los caminos en los que ahora nos adentrábamos se hallaban<br />

en un estado aún peor que el de las calzadas, echadas a perder<br />

por falta de mantenimiento. Aquel inconveniente parecía amenazar<br />

con la destrucción del frágil cuerpo de Idris. Tras pasar por<br />

Hartford, y después de dos días de viaje, llegamos a Hampton. A<br />

pesar de lo breve del tiempo transcurrido la salud de mi amada<br />

había empeorado ostensiblemente, aunque seguía de buen humor<br />

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