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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 506<br />

Mary Shelley<br />

trar en los aposentos deshabitados de los de mi especie. La luna<br />

menguante, que acababa de salir, me mostró una casa de campo,<br />

cuya entrada pulcra y jardín bien cuidado me recordaron los de<br />

mi Inglaterra natal. Descorrí el cerrojo de la puerta y entré. Lo<br />

primero que encontré fue la cocina, donde guiado por los rayos<br />

de la luna, encontré los utensilios necesarios para encender una<br />

luz. Junto a la cocina había un dormitorio. La cama cubierta con<br />

sábanas de blancura nívea, la madera apilada en el hogar y la<br />

mesa dispuesta como si estuviera a punto de tener lugar una cena,<br />

casi me llevaron a creer que allí había encontrado lo que llevaba<br />

tanto tiempo buscando: un superviviente, un compañero de soledades,<br />

un solaz a mi desesperación. Pero me resistí al engaño. <strong>El</strong><br />

aposento en sí mismo estaba vacío, y me repetí que recorrer e inspeccionar<br />

el resto de la casa era sólo un acto de prudencia. Imaginaba<br />

que yo mismo era una prueba contra tal expectativa, pero<br />

de todos modos mi corazón latía con fuerza cada vez que acercaba<br />

la mano a un tirador, y se encogía de nuevo cuando hallaba las<br />

estancias vacías. Oscuras y silenciosas, eran como criptas. De<br />

modo que regresé a la primera cámara, preguntándome qué fantasma<br />

invisible lo habría dispuesto todo para mi cena y mi reposo.<br />

Acerqué la silla a la mesa y examiné las viandas que me disponía<br />

a comer. En realidad se trataba de un festín de la muerte. <strong>El</strong><br />

pan se veía azul y mohoso, el queso se había convertido en un<br />

montículo de serrín. No me atreví a examinar el resto de los platos.<br />

Una tropa de hormigas avanzaban en formación doble sobre<br />

el mantel. Los utensilios estaban cubiertos por una pátina de polvo,<br />

con telarañas en las que colgaban miríadas de insectos muertos.<br />

Todos esos objetos demostraban lo falaz de mis expectativas.<br />

Las lágrimas asomaron a mis ojos. Sin duda esa era una muestra<br />

caprichosa del poder destructor. ¿Qué había hecho yo para que<br />

todos mis nervios sensibles fueran a diseccionarse de ese modo?<br />

Y sin embargo, ¿por qué quejarme más que antes? Esa casa vacía<br />

no mostraba ninguna desgracia nueva: el mundo estaba vacío. La<br />

humanidad estaba muerta, lo sabía bien; ¿por qué luchar entonces<br />

con una verdad sabida y rancia? Con todo, como he dicho, en<br />

el corazón mismo de mi desesperación había albergado esperanzas,<br />

de modo que toda nueva impresión de la realidad descarna-<br />

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