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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> <strong>11</strong>7<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

de la razón; pero su empeño en mantener la compostura actuaba<br />

con tal violencia sobre sus nervios que destruía su capacidad de<br />

autodominio. Estoy convencido de que, en el peor de los casos,<br />

habría regresado desde la costa para despedirse de nosotros y hacernos<br />

partícipes de sus planes. Pero la tarea que impuso a Perdita<br />

no era menos dolorosa. Había obtenido de ella promesa de<br />

mantener el secreto, y su papel en el drama, que debía representar<br />

sola, debía de causarle una agonía inimaginable. Pero debo<br />

regresar a mi relato.<br />

Los debates, hasta el momento, habían sido largos y acalorados,<br />

en ocasiones dilatados con el único objeto de retrasar la decisión.<br />

Pero ahora todo el mundo parecía temer que el momento<br />

fatal llegara sin que la elección se hubiera consumado. Un silencio<br />

atípico reinaba en la cámara, cuyos miembros hablaban en<br />

susurros. Los procedimientos habituales se zanjaban sin revuelo<br />

y con premura. Durante la primera etapa de la elección, el duque<br />

de . . . había quedado eliminado, de modo que la decisión estaba<br />

entre lord Raymond y el señor Ryland. Éste se había mostrado<br />

seguro de la victoria hasta la aparición en escena de lord Raymond.<br />

Pero desde que el nombre de éste se había añadido a las<br />

candidaturas, aquél se había dedicado a una intensa campaña<br />

para la obtención de apoyos. Aparecía todas las noches, la impaciencia<br />

y la ira dibujadas en su gesto, censurándonos desde el<br />

otro extremo de Saint Stephen, como si fruncir el ceño le bastara<br />

para eclipsar nuestras esperanzas.<br />

Todo en la Constitución inglesa se había redactado pensando<br />

en el mantenimiento de la paz. Así, el <strong>último</strong> día sólo se permitía<br />

que quedaran dos candidatos en liza. Además, para evitar en lo<br />

posible la lucha final entre ellos, se ofrecía un soborno a aquel de<br />

los dos que renunciara voluntariamente a sus pretensiones. Se le<br />

reservaba un cargo que le reportaba honor y pingües ingresos, y<br />

el éxito garantizado en una futura elección. Con todo, por curioso<br />

que parezca, ese caso no se había dado nunca hasta el momento<br />

y la ley había quedado obsoleta (nosotros ni siquiera la<br />

habíamos tenido en cuenta en el curso de nuestras conversaciones).<br />

Por tanto, supuso para todos una sorpresa mayúscula que,<br />

una vez se nos hubo pedido que nos constituyéramos en comité<br />

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