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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 49<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

briagadores. La luz cegadora de los salones ornamentados; las esculturas<br />

encantadoras alineadas con sus espléndidos ropajes; los<br />

movimientos de una danza, los tonos voluptuosos de músicas exquisitas,<br />

acunaban mis sentidos, induciéndolos a un delicioso<br />

sueño.<br />

¿Acaso no es eso, en sí mismo, la felicidad? Apelo a los moralistas<br />

y a los sabios. Les pregunto si en el sosiego de sus mesuradas<br />

ensoñaciones, si en las profundas meditaciones que llenan sus<br />

horas, sienten al joven lego de la escuela del placer. ¿Pueden los<br />

haces tranquilos de sus ojos, que buscan los cielos, igualar los<br />

destellos de las pasiones combinadas que les ciegan, o la influencia<br />

de la fría filosofía sumerge su alma en una dicha igual a la<br />

suya, inmersa<br />

en esa amada obra de jovial ensoñación?*<br />

Pero en realidad ni las solitarias meditaciones del eremita ni<br />

los raptos tumultuosos del soñador bastan para satisfacer el corazón<br />

del <strong>hombre</strong>. Pues de unas obtenemos turbadora especulación<br />

y de los otros hartazgo. La mente flaquea bajo el peso del<br />

pensamiento y se hunde en contacto con aquellos cuya sola meta<br />

es la diversión. No existe goce en su amabilidad hueca, y bajo las<br />

sonrientes ondas de esas aguas poco profundas acechan afiladas<br />

rocas.<br />

Así me sentía yo cuando la decepción, el cansancio y la soledad<br />

me devolvían a mi corazón, para extraer de él la alegría de la<br />

que estaba privado. Mi fatigado corazón pedía que algo le hablara<br />

de afectos y, al no hallarlo, me derrumbaba. De ese modo, y a<br />

pesar de la delicia inconsciente que me aguardaba en los inicios,<br />

la impresión que conservo de mi vida en Viena es melancólica.<br />

Como dijo Goethe, en nuestra juventud no podemos ser felices a<br />

menos que amemos. Y yo no amaba. Pero me devoraba un deseo<br />

incesante de ser algo para los demás. Me convertí en víctima de<br />

la ingratitud y la coquetería fría, y entonces me desesperé e ima-<br />

* Traducción del Himno a Mercurio, de Homero, realizada por P.B. Shelley.<br />

(N. del T.)<br />

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