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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 193<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

das partes, los cenotafios y las tumbas cubiertos de una vegetación<br />

siempre reverdecida. Los poderosos muertos acechaban desde<br />

sus monumentos y, en el entusiasmo de las multitudes, contemplaban<br />

la repetición de unas escenas de las que ellos habían<br />

sido actores. Perdita y Clara viajaban en un carruaje cerrado. Yo<br />

las seguía a caballo. Finalmente llegamos al puerto. Me impresionó<br />

la magnitud del oleaje. La playa, por lo que podía distinguirse,<br />

estaba llena de una muchedumbre movediza que, empujada<br />

por quienes avanzaban hacia el mar, se retiraba cada vez<br />

que las grandes olas se acercaban a ellos. Miré por el catalejo y<br />

vi que la fragata ya había echado el ancla, temerosa de acercarse<br />

más a la costa de sotavento. Bajaron un bote y vi con aprensión<br />

que Raymond era incapaz de descender solo por el casco del<br />

buque y que tenían que bajarlo sentado en una silla y envuelto<br />

en mantos.<br />

Desmonté y pedí a unos marineros que remaban por el puerto<br />

que me llevaran. En ese mismo instante Perdita descendió de su<br />

carruaje y me agarró del brazo.<br />

–¡Llévame contigo! –exclamó, temblorosa y pálida. Clara se<br />

abrazaba con fuerza a ella.<br />

–No debes ir. <strong>El</strong> mar está muy agitado. Muy pronto estará<br />

aquí. ¿No ves su nave? –La barca de remos que había mandado<br />

acercarse ya había atracado. Sin darme tiempo a detenerla, ayudada<br />

por los marineros, mi hermana montó en ella. Clara siguió<br />

a su madre y mientras abandonábamos el resguardado muelle, un<br />

grito unánime se alzó desde la multitud. Perdita, en la proa, se<br />

aferraba a uno de los <strong>hombre</strong>s, que miraba por el catalejo, y le<br />

hacía mil preguntas, sin importarle el agua que la salpicaba, sorda,<br />

ciega a todo salvo al punto lejano que, apenas visible sobre<br />

las olas, se aproximaba a nosotros, que avanzábamos hacia él<br />

con toda la fuerza que seis remeros podían proporcionarnos. Los<br />

uniformes pintorescos de los soldados que formaban en la playa,<br />

los sonidos de la vigorosa música, los estandartes que la fuerte<br />

brisa hacía ondear, las exclamaciones constantes de la multitud,<br />

de piel oscura y atuendo extranjero, claramente oriental; la visión<br />

del peñasco coronado por el templo, el mármol blanco del edificio<br />

que reverberaba al contacto con el sol y se recortaba clara-<br />

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