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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 145<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

van a infligírsela. Había pecado contra su propio honor afirmando,<br />

jurando algo que era, sencillamente, falso. Cierto que había<br />

engañado a una mujer, lo que tal vez pudiera considerarse menos<br />

vil... para otros, no para él. Pues, ¿a quién había engañado? A<br />

Perdita, la mujer que confiaba en él, que lo adoraba, que con su<br />

fe generosa lo hería doblemente cada vez que recordaba la exhibición<br />

de inocencia que había desplegado ante él. La mente de<br />

Raymond no era tan dura, ni las circunstancias de la vida lo habían<br />

tratado con tanta crudeza como para volverlo inmune a tales<br />

consideraciones. Al contrario, sentía los nervios destrozados,<br />

y el espíritu en llamas que menguaban y se disipaban al contagiarse<br />

de los vaivenes de un ambiente viciado. Pero ahora ese<br />

contagio se había incorporado a su esencia y el cambio resultaba<br />

más doloroso. La verdad y la falsedad, el amor y el odio, habían<br />

perdido sus fronteras eternas, el cielo se aprestaba a mezclarse<br />

con el infierno. Y mientras, su mente sensible, en medio del campo<br />

de batalla, sintió el aguijonazo de la locura. Se despreciaba<br />

profundamente a sí mismo, estaba enfadado con Perdita, y la<br />

idea de Evadne se acompañaba de todo lo que resultaba odioso y<br />

cruel. Sus pasiones, que siempre lo habían dominado, hacían acopio<br />

de nuevas fuerzas desde el largo sueño en que el amor las había<br />

acunado, y el peso inminente del destino lo abatía; se sentía<br />

lanceado, torturado, en extremo impaciente por la irrupción de<br />

la peor de las desgracias: el remordimiento. Ese estado de congoja<br />

le llevó, gradualmente, a una animosidad taciturna primero, y<br />

luego al desánimo. Sus inferiores, e incluso sus iguales, si es que en<br />

el cargo que ocupaba tenía alguno, se sorprendieron al hallar ira,<br />

amargura y sarcasmo en quien antes destacaba por su dulzura y<br />

benevolencia. Se ocupaba de los asuntos públicos con desagrado<br />

y se refugiaba en cuanto podía en una soledad que era a la vez su<br />

desgracia y su alivio. Montaba un caballo brioso, el mismo que le<br />

había llevado a la victoria en Grecia. Se fatigaba practicando ejercicios<br />

extenuantes, procurando olvidar los zarpazos de una mente<br />

angustiada mediante la entrega a sensaciones animales.<br />

Fue recuperándose lentamente y, al fin, como si de vencer los<br />

efectos de un veneno se tratara, alzó la cabeza por sobre los vapores<br />

de la fiebre y la pasión y alcanzó la atmósfera serena de la<br />

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