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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-1 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>13</strong>:<strong>59</strong> <strong>Página</strong> 95<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

lados, y un sauce, inclinándose, hundía en el agua sus cabellos de<br />

náyade, alborotados por la mano ciega del viento. Los robles que<br />

allí se alzaban eran morada de los ruiseñores... Allí mismo me encuentro<br />

ahora; Idris, en el esplendor de su juventud, se halla a mi<br />

lado... Recuerda, tengo apenas veintidós años y sólo diecisiete primaveras<br />

han rozado a la amada de mi corazón. <strong>El</strong> río, crecido por<br />

las lluvias otoñales, ha inundado las tierras bajas, y Adrian, en su<br />

barca favorita, se ocupa en el peligroso pasatiempo de arrancar la<br />

rama más alta de un roble sumergido bajo las aguas. ¿Estás tan<br />

cansado de la vida, Adrian, que así juegas con el peligro?<br />

Ya había obtenido su premio y guiaba el bote sobre la tierra<br />

inundada. Nuestros ojos temerosos se clavaban en él, pero la corriente<br />

lo arrastraba, alejándolo. Tuvo que amarrarlo río abajo y<br />

regresar recorriendo una distancia considerable.<br />

–¡Está a salvo! –exclamó Idris al ver que alcanzaba la orilla de<br />

un salto y agitaba la rama sobre su cabeza como prueba del éxito<br />

de su hazaña–. Le esperaremos aquí.<br />

Estábamos solos, juntos. <strong>El</strong> sol se había puesto. Los ruiseñores<br />

iniciaban sus cantos. La estrella vespertina brillaba, destacada<br />

entre la franja de luz que todavía iluminaba por poniente. Los<br />

ojos azules de mi niña angelical se clavaban en aquel dulce emblema<br />

de ella misma.<br />

–Cómo titila la luz –dijo–, que es la vida de la estrella. Su brillo<br />

vacilante parece decirnos que su estado, como el de los que<br />

habitamos la tierra, es inconstante y frágil. Se diría que ella también<br />

teme y ama.<br />

–No contemples la estrella, querida y generosa amiga –exclamé<br />

yo–. No hagas lecturas sobre el amor en sus rayos temblorosos.<br />

No observes mundos lejanos. No hables de la mera imaginación<br />

de un sentimiento. Llevo mucho tiempo en silencio, tanto<br />

tiempo que he llegado a enfermar por tener que callar lo que deseaba<br />

decirte, y entregarte mi alma, mi vida, todo mi ser. No contemples<br />

la estrella, amor querido, o hazlo, sí, y deja que esa chispa<br />

eterna te suplique en mi nombre. Que ella sea mi testigo y mi<br />

defensa, en el silencio de su brillo; el amor es para mí como la luz<br />

de esa estrella: pues mientras siga brillando, no eclipsada por la<br />

aniquilación, yo seguiré amándote.<br />

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