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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> <strong>28</strong>2<br />

Mary Shelley<br />

to que contarte... La peste avanza. Resulta inútil cerrar los ojos a<br />

la realidad. Las muertes aumentan semana tras semana. No sé<br />

decirte qué es lo que está por venir. Por el momento, gracias a<br />

Dios me defiendo en el gobierno de la ciudad y me concentro sólo<br />

en el presente. Ryland, a quien he retenido durante tanto tiempo,<br />

ha decidido que partirá antes de que termine el mes. <strong>El</strong> diputado<br />

elegido por el Parlamento para sustituirlo ha muerto, y ha de<br />

nombrarse otro. Yo he presentado mi candidatura y creo que no<br />

contaré con ningún competidor. Esta noche se decidirá el asunto,<br />

pues el Parlamento ha convocado una sesión extraordinaria a<br />

tal efecto. Debes postularme tú, Lionel. Ryland, por vergüenza,<br />

no se atreve a aparecer, pero tú, amigo mío, ¿me prestarás este<br />

servicio?<br />

¡Qué extraordinaria resulta la devoción! Frente a mí se hallaba<br />

un joven de regia cuna, envuelto en lujos desde la infancia,<br />

reacio por naturaleza a las refriegas ordinarias de la vida pública<br />

que ahora, en tiempos de peligro, en un momento en que sobrevivir<br />

constituía la más alta meta de los ambiciosos, él, el amado y<br />

heroico Adrian, se ofrecía simplemente a sacrificarse por el bien<br />

público. La idea misma resultaba noble y generosa pero, más allá<br />

de ella, la modestia de sus maneras, su entera falta de presunción<br />

en la virtud, convertía aquel acto en algo diez veces más conmovedor.<br />

Yo me habría opuesto a su petición, pero había visto con<br />

mis propios ojos el bien que había propagado y me parecía que<br />

no debía oponerme a sus intenciones, de modo que, a regañadientes,<br />

consentí en lo que me pedía. Él me estrechó la mano con<br />

gran afecto.<br />

–Gracias –dijo–, me has librado de un doloroso dilema y eres,<br />

como siempre has sido, el mejor de mis amigos. Adiós. Debo ausentarme<br />

unas horas. Ve a conversar con Ryland. Aunque abandona<br />

su puesto en Londres, puede sernos de gran utilidad en el<br />

norte de Inglaterra recibiendo y auxiliando a los viajeros y contribuyendo<br />

a suministrar alimentos a la metrópolis. Despierta en<br />

él, te lo ruego, algún sentido del deber.<br />

Adrian se despidió para iniciar, según supe luego, su visita diaria<br />

a los hospitales y su inspección de las zonas más pobladas de<br />

Londres. Fui al encuentro de Ryland y lo encontré muy alterado,<br />

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