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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 278<br />

Mary Shelley<br />

¡Extraña ambición la suya! Y sin embargo así era Adrian. Parecía<br />

dado a la contemplación, negado a las excitaciones en todas<br />

sus formas, estudiante infatigable, <strong>hombre</strong> de visiones... Pero si<br />

se topaba con un asunto que considerara digno,<br />

278<br />

como alondra que, al alba<br />

vuela sobre la tierra tenebrosa<br />

y a las puertas del cielo<br />

sus himnos canta,*<br />

así él también se alzaba de sus pensamientos exangües e improductivos<br />

y alcanzaba la más alta cima de la acción virtuosa.<br />

Con él viajaban el entusiasmo, la decisión férrea, el ojo capaz<br />

de mirar a la muerte sin pestañear. Entre nosotros, en cambio, habitaban<br />

la tristeza, la angustia, la insoportable espera del mal.<br />

Francis Bacon afirma que el <strong>hombre</strong> que tiene esposa e hijos entrega<br />

rehenes a la fortuna.** Vano resultaba todo razonamiento<br />

filosófico –vana toda fortaleza–, vana, vana toda confianza en un<br />

bien probable. Por más que yo cargara un platillo de la balanza<br />

con lógica, valor y resignación, un solo temor por Idris y nuestros<br />

hijos colocado en el otro bastaba para decantarla de su lado.<br />

¡La peste había llegado a Londres! Necios habíamos sido por<br />

no preverlo antes. Llorábamos la ruina de los inmensos continentes<br />

de Oriente, la desolación del mundo occidental, mientras<br />

imaginábamos que el estrecho canal que separaba nuestra isla del<br />

resto de la tierra nos mantendría alejados de la muerte. Entre Calais<br />

y Dover no había más que un paso. <strong>El</strong> ojo distingue sin dificultad<br />

la tierra hermana. En otro tiempo ambas estuvieron unidas.<br />

Y el angosto sendero que transita entre ellas parece, visto en<br />

un mapa, apenas un camino trazado en la hierba. Y no obstante<br />

ese pequeño intervalo debía salvarnos. <strong>El</strong> mar debía alzar un<br />

muro de diamante: del otro lado, la enfermedad y la desgracia; de<br />

éste, un refugio del mal, un rincón del jardín del Edén, una partícula<br />

de suelo celestial que ningún mal podía invadir. ¡Qué sabia<br />

* Soneto 29, William Shakespeare. (N. del T.)<br />

** Del matrimonio y la soltería, Francis Bacon. (N. del T.)

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