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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 469<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

Mucho más abajo, en la lejanía, como en el abismo abierto del<br />

orbe inmenso, se perdía la extensión plácida y azul del lago Lemán.<br />

Lo rodeaban colinas cubiertas de viñas, y tras ellas oscuras<br />

montañas de formas cónicas o irregulares murallas ciclópeas lo<br />

defendían. Pero más allá, sobre todo lo demás, como si los espíritus<br />

del aire hubieran revelado de pronto sus vistosas moradas,<br />

elevándose hasta alturas inalcanzables en el cielo impoluto, besando<br />

los cielos, compañeros del éter imposible, se imponían los<br />

gloriosos Alpes, ataviados con los ropajes deslumbrantes de la<br />

luz del ocaso. Y, como si las maravillas del mundo no fueran a<br />

agotarse nunca, sus vastas inmensidades, sus abruptos salientes,<br />

su tonalidad rosácea, aparecían de nuevo reflejadas en el lago,<br />

hundiendo sus orgullosas cumbres bajo las mansas olas, palacios<br />

para las Náyades de las aguas plácidas. Ciudades y pueblos se esparcían<br />

a los pies del Jura, que con sus oscuras quebradas y negros<br />

promontorios extendía sus raíces por la extensión acuática<br />

que dominaba el llano. Transportado por la emoción, olvidé la<br />

muerte del <strong>hombre</strong> y al amigo vivo y amado que se hallaba junto<br />

a mí. Al volverme hacia él vi que las lágrimas resbalaban por sus<br />

mejillas y que, entrelazando las manos huesudas, componía un<br />

gesto de admiración.<br />

–¿Por qué –exclamó al fin–, por qué, oh, corazón, me susurras<br />

pesares? Empápate de la belleza de este paisaje y posee una dicha<br />

que no está al alcance siquiera de un paraíso imaginado.<br />

Lentamente los integrantes de la expedición remontaron la<br />

pendiente y se unieron a nosotros. Ni uno solo dejó de demostrar<br />

su asombro ante algo que excedía toda experiencia anterior. Uno<br />

de ellos exclamó:<br />

–¡Dios nos revela su cielo. ¡Si morimos, lo haremos con su<br />

bendición!<br />

Uno a uno, con exclamaciones entrecortadas y frases extravagantes,<br />

trataban de expresar el efecto embriagador de aquella<br />

maravilla natural. Permanecimos un tiempo más en aquel lugar,<br />

aligerándonos de la pesada carga del destino, tratando de olvidar<br />

la muerte, a cuya noche estábamos a punto de arrojarnos, sin recordar<br />

ya que nuestros ojos serían para siempre los únicos que<br />

percibirían la magnificencia divina de aquella exhibición terre-<br />

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