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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 3<strong>11</strong><br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

lle que otros la virulencia renovada de nuestro enemigo ciego y<br />

los estragos que causaba. En un solo mes había destruido un<br />

pueblo, y si en mayo había enfermado la primera persona, en junio<br />

los senderos aparecían llenos de cadáveres insepultos. En las<br />

casas sin dueño las chimeneas no elevaban su humo al aire, y los<br />

relojes de las amas de casa marcaban sólo la hora en que la<br />

muerte había obtenido su triunfo. En ocasiones, de tales escenarios<br />

rescataba yo a algún niño desvalido, apartaba a alguna madre<br />

joven de la presencia inerte de su recién nacido o consolaba<br />

a un robusto bracero que lloraba desconsolado ante a su extinta<br />

familia.<br />

Julio había pasado. Agosto debía pasar, y tal vez entonces, a<br />

mediados de septiembre, hubiera alguna esperanza. Contábamos<br />

los días con impaciencia. Los habitantes de las ciudades, para que<br />

su espera resultara más llevadera se arrojaban en brazos de la disipación,<br />

y con fiestas desbocadas, en las que creían hallar placer,<br />

trataban de abolir el pensamiento y de adormecer su desasosiego.<br />

Nadie excepto Adrian hubiera podido aplacar a la variopinta población<br />

de Londres que, como una manada de caballos salvajes<br />

galopando hacia sus pastos, había abandonado el temor a las cosas<br />

pequeñas debido a la intervención del mayor de los temores.<br />

Incluso Adrian se había visto obligado a ceder en algo para poder<br />

seguir, si no guiando, al menos estableciendo límites a la permisividad<br />

de los tiempos. Así, los teatros se mantenían abiertos y los<br />

lugares de asueto público seguían viéndose muy concurridos, aunque<br />

él tratara de modificar aquel estado de cosas para aplacar, de<br />

la mejor manera posible, la excitación de los espectadores, y a la<br />

vez impedir una reacción de tristeza cuando esa excitación terminara.<br />

Las obras favoritas eran las grandes tragedias. Las comedias<br />

suponían un contraste demasiado pronunciado con la desesperación<br />

interna; cuando se intentaba poner alguna en escena, no era<br />

raro que algún comediante, en medio de las carcajadas suscitadas<br />

por su histriónica representación, recordara alguna palabra o idea<br />

que le devolviera a su desgracia y pasara de la bufonada a las lágrimas<br />

y los sollozos, mientras los espectadores, con gesto mimético,<br />

estallaban el llanto, tornando la pantomima ficticia en exhibición<br />

real de trágica pasión.<br />

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