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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 450<br />

Mary Shelley<br />

taban tres. Cuando pregunté por ellos, el <strong>hombre</strong> con quien hablaba<br />

pronunció la palabra «peste» y acto seguido cayó al suelo,<br />

presa de convulsiones: también él se había infectado. Veía rostros<br />

curtidos a mi alrededor, pues entre mi tropa había marineros que<br />

habían cruzado el océano un sinfín de veces, soldados que en Rusia<br />

y en la lejana América habían padecido hambre, frío y peligros<br />

de todas clases y <strong>hombre</strong>s de características aún más duras,<br />

otrora depredadores nocturnos en nuestra inmensa metrópoli;<br />

<strong>hombre</strong>s sacados de su cuna para ver que toda la maquinaria de<br />

la sociedad se había puesto en marcha para destruirlos. Observé<br />

a mi alrededor y vi en los rostros de todos el horror y la desesperación<br />

escritos con grandes letras.<br />

Pasamos cuatro días en Fontainebleau. Varios de los nuestros<br />

enfermaron y murieron, y en ese tiempo ni Adrian ni ninguno de<br />

nuestros amigos hizo acto de presencia. Mi propia tropa era presa<br />

de la conmoción: llegar a Suiza, sumergirse en ríos de nieve, habitar<br />

en cuevas de hielo, se convirtió en el loco deseo de todos.<br />

Pero habíamos prometido esperar al conde, y él no venía. Mi gente<br />

exigía seguir avanzando. La rebelión –si así podía llamarse a lo<br />

que no era más que liberarse de unas cadenas de paja– surgía de<br />

forma manifiesta entre ellos. Sin un jefe no durarían. Nuestra única<br />

opción de mantenernos a salvo, nuestra única esperanza de seguir<br />

al margen de toda forma de sufrimiento indescriptible, era seguir<br />

unidos. Así lo expresé a todos, pero los más decididos entre<br />

ellos me respondieron, adustos, que podían cuidar de sí mismos, y<br />

recibieron mis súplicas con burlas y amenazas.<br />

Al fin, al quinto día llegó un mensajero con una carta de<br />

Adrian en la que nos instaba a seguir hasta Auxerre y aguardar<br />

allí su llegada, pues sólo se demoraría unos días. En efecto, aquel<br />

era el contenido de la misiva pública que envió. Las que me escribió<br />

a mí a título personal detallaban las dificultades de su situación<br />

y dejaban a mi discreción las decisiones sobre mis planes<br />

futuros. Su relato del estado de cosas en Versalles era breve, pero<br />

la comunicación directa con el mensajero me llevó a obtener un<br />

conocimiento más detallado de lo sucedido y me demostró que<br />

alrededor de mi amigo confluían los más temibles peligros. En un<br />

primer momento se trató de ocultar el resurgir de la plaga. Pero<br />

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