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018-El último hombre-1 28/11/07 13:59 Página 1 - Cermi

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<strong>018</strong>-<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong>-2 <strong>28</strong>/<strong>11</strong>/<strong>07</strong> <strong>11</strong>:58 <strong>Página</strong> 339<br />

<strong>El</strong> <strong>último</strong> <strong>hombre</strong><br />

él en un gesto de respeto y tristeza. <strong>El</strong> destino del mundo parecía<br />

encerrarse en la muerte de aquel único <strong>hombre</strong>. Los miembros de<br />

ambos ejércitos soltaron las armas, e incluso los más veteranos<br />

lloraron. Nuestros soldados tendieron las manos a los enemigos,<br />

mientras una marea de amor y amistad profunda henchía los corazones.<br />

Mezclándose, desarmados, estrechándose las manos,<br />

hablando sólo del mejor modo de brindarse ayuda, los adversarios<br />

se reconciliaban y todos se arrepentían, los unos de sus pasadas<br />

crueldades, los otros de su reciente muestra de violencia. Y,<br />

obedeciendo las órdenes del general, se dirigieron juntos hacia<br />

Londres.<br />

Adrian estaba obligado a ejercer la máxima prudencia, primero<br />

para acallar la posible oposición, y después para atender a<br />

aquella muchedumbre de invasores, a quienes se condujo hacia<br />

diversas zonas situadas en los condados del sur y se instaló en<br />

pueblos abandonados. Una parte de ellos fue devuelta a su isla<br />

natal, mientras el invierno nos devolvía a nosotros algo de energía<br />

y nos permitía defender las fronteras del país y limitar cualquier<br />

aumento de su número.<br />

Fue en aquellas circunstancias cuando Idris y Adrian volvieron<br />

a verse, tras casi un año de separación. Él llevaba mucho<br />

tiempo ocupado en su ardua y dolorosa tarea, familiarizándose<br />

con todas las formas de la desgracia humana, y había constatado<br />

que sus fuerzas no se adecuaban a la magnitud de la empresa y<br />

que su ayuda servía de bien poco. Con todo, su determinación, su<br />

energía y su ardiente resolución le impedían caer en el desconsuelo.<br />

Parecía haber vuelto a nacer, y la virtud, más poderosa que<br />

la alquimia de Medea, le dotaba de salud y fortaleza. Idris apenas<br />

reconocía al ser frágil que parecía combarse incluso ante la brisa<br />

estival, en el <strong>hombre</strong> enérgico cuyo exceso mismo de sensibilidad<br />

le capacitaba para cumplir mejor con su misión de capitanear<br />

una Inglaterra azotada por la tormenta.<br />

No era ése el caso de Idris. <strong>El</strong>la no se quejaba, pero el alma<br />

misma del miedo había hecho nido en su corazón. Su delgadez<br />

era extrema, lo mismo que su palidez. Las lágrimas, sin previo<br />

aviso, arrasaban sus ojos, y se le quebraba la voz. Trató de disimular<br />

el cambio que sabía que su hermano debía de observar en<br />

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